lunes, 4 de agosto de 2014

EL VIAJERO

      Era una noche clara y cálida de verano. Un sin fin de estrellas iluminaban el camino a un viajero solitario. Iba con paso cansado pero sin pausa. Su único apoyo era un viejo cayado. Había sido un viaje largo, pero a lo lejos se vislumbraba ya su destino. La sombra de la ciudad de Urtear se desdibujaba sobre el Mar Gris. Una leve sonrisa asomó al rostro del hombre. Sabía que la vuelta a su antiguo hogar no sería bien recibida. Y menos aún con las noticias que traía. Pero no le quedaba más remedio.
      Las puertas de la ciudad se abrirían con los primeros rayos de sol. Cuando el viajero llegó aún estaban cerradas. No había ninguna luz en la ciudad que pudiera verse desde el exterior. El hombre se sentó apoyando la espalda en la muralla a la espera del amanecer. Dejó perder su imaginación en las estrellas mientras cerraba el ojo que le quedaba. El ojo izquierdo lo había perdido hacía ya bastante tiempo. En su lugar, una cicatriz le atravesaba desde la oreja hasta la frente.
     Estaba ya medio dormido cuando escuchó como se abría la puerta. Cuatro guardias se disponían a realizar el primer turno. El sargento tendría unos cuarenta años, aunque se conservaba bien. El resto no sobrepasaba los veinticinco. Charloteaban despreocupadametne esperando a los primeros comerciantes. El viajero pudo ver como por el mismo camino por el que él había llegado horas antes se veían algunos carromatos.
     Con un leve suspiro, el hombre se puso en pie. No sentía el menor deseo de atravesar esa puerta.
     -¡Eh, amigo!-dijo el guardia más joven- No le había visto. Necesito su visado para dejarle entrar. ¿Lo tie...?
      El joven se quedó sin habla cuando se fijo en la cara del viajero.
     -¿Qué sucede?
     El sargento se acercó para quedarse con cara de asombro mientras se apartaba al paso del viajero.
   Durante su trayecto hasta el Gran Salón esperaba encontrase con poca gente, ya que era bastante temprano. Pero a cada pasó había más curiosos. Algunos corrían para poder verle otra vez. A estas alturas toda Urtear sabría que estaba allí. No podía escuchar bien lo que decían, sólo podía ver que murmuraban entre sí. Algunos con cara de miedo, otros con miradas de odio. Otros simplemente asombrados de que hubiera vuelto.
   Cuando llegó al Gran Salón las puertas estaban abiertas. Le estaba esperando. No es que el viajero tuviera muchas ganas de entrar en aquel lugar. Pero tenía una obligación que cumplir. Se lo repetía una y otra vez para animarse a dar el siguiente paso. Cuando atravesó las puertas, vio a un sirviente que le esperaba con una pequeña vela. Lo guío hasta uno de los despachos laterales.
Allí estaba ella. Sentada tras una mesa con una enorme ventana tras de sí. El sol entraba a raudales de forma que sólo podía ver su silueta. Pero el viajero podía sentir como su mirada fría se clavaba en él. La puerta se cerró tras él.
     -¿Qué has venido a hacer aquí?-Parecía profundamente irritada por la presencia del viajero.
     -Le he visto.
    Ella no respondió. El viajero se sentó en una silla próxima al escritorio. Estaba cansado del viaje. Se quedó mirando al techo recostado en el respaldo, esperando alguna reacción.
     -¿Dónde?-dijo ella, sin modificar el tono. El viajero supuso que ya no importaba.
     -Algo más al norte del Valle del Verano.
     -¿Tan lejos?¿Estás seguro?
    -Sí.-El hombre hizo una pausa antes de continuar. Eso no era lo peor. Aún temía contárselo, pero sabía que debía hacerlo.- Pero eso no es todo.
    La mujer reaccionó esta vez. No dijo nada, pero todo su cuerpo se tensó.
    -Lo ha encontrado y se está preparando. Deberías hacerlo tú también.
    -¿Cómo es posible? Sólo era una leyenda...
    -Pues esta leyenda está a punto de destruirnos a todos. Vendrá a por lo que cree que es suyo.
   Ambos quedaron en silencio. Ella intentaba asimilar lo que acababa de oír. Después de tantos años, el pasado venía a devolverle sus peores pesadillas. No tenía muy claro que hacer o como luchar contra lo que vendría.
    Un leve alboroto comenzó a escucharse al otro lado de la puerta. El viajero miró de reojo sin apenas moverse. No le interesaba lo más mínimo. Sólo deseaba poder irse de allí lo antes posible. No quería alargar más la agonía que le suponía estar en Urtear.
     De pronto un golpe sonó tras él. El viajero se levantó, pero vio a una joven corriendo hacia él. Antes de que pudiera siquiera reaccionar, ella le abrazaba con fuerza.
Sólo fueron segundos, pero al viajero le pareció una eternidad. Algo en su pecho se quebró. La sujetó por los hombros intentando alejarla.
     -No...
     -¡Padre!-La joven lloraba.
   Las lágrimas luchaban por salir del único ojo del hombre. Lo único que acertó a hacer fue devolverle el abrazo. Un perfume fresco emanaba de su cabello. Sólo deseaba no volver a soltarla. Llevársela con él. Aunque sabía que aquello era sólo un sueño imposible.
    -Basta. Debes marcharte.-La mujer no se había movido. Pero su tono se había suavizado. Tenía cierto deje de tristeza.
     -Pero...
     -No protestes.- con una señal, dos soldados cogieron por los brazos a la joven.
     -¡No!¡No puedes obligarme!
     -No te preocupes,-dijo el viajero- tenemos asuntos que tratar. Debes marcharte.
    Los soldados se llevaron a la joven. Aún forcejeaba, pero se dejo llevar. Sus ojos se habían clavado como puñales en el corazón del viajero.
     Las puertas volvieron a cerrarse. El hombre las miraba fijamente, dándole la espalda a la mujer.
     -Se suponía que ella no debía estar aquí.
     Ella no sabía si estaba más triste que enfadado.
     -Y se suponía que tú no volverías.
     Volvieron a quedar en silencio. Él intentaba tragarse toda su rabia. Ella no quería herirle más de lo que ya lo hacía él mismo.
     -¿Hay algo más?-Preguntó la mujer cuando el viajero volvió a sentarse en la silla.
     -No.- mintió sin saber bien porqué. Iba con intención de contárselo.-Me iré ahora.
     El hombre se levantó y comenzó a andar despacio hasta la puerta. Antes de cerrarla, se volvió y le deseo suerte a la mujer, que seguía sentada tras el escritorio. El sol ya no le cegaba.
   Cuando salió del edificio, el número de curiosos había aumentado. Pero el viajero ya no les prestaba atención. Alzó la mirada y pudo ver la torre del templo a su derecha. Junto a él estaba el cementerio. Estuvo a punto de encaminarse hacía allí. Pero cambió de opinión y se marchó de la ciudad con paso lento.
    La mujer le observaba desde una ventana del segundo piso. Se preguntaba porqué le habría mentido al decirle que no había nada más. Le preocupaba lo que fuera a hacer. Miró al cielo despejado. Hoy sería un día caluroso.


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