lunes, 12 de septiembre de 2016

El valle

-¿Qué haremos, mi Señora?

-Lo que sea necesario.

Mara no se volvió a contestar. Siguió mirando por la ventana mientras el capitán se marchaba. Miraba al valle que se extendía ante ella. No quedaba mucho para que comenzara secarse y muriera lentamente.

Cerró los ojos y recordó. Recordó cuando no era más que una cría despreocupada que correteaba por los dominios de su padre. Era uno de los cuatro Señores del Valle de Ishtul. Una tierra próspera y fértil. Una cordillera hacia frontera con la tierra de los ashtar, medio hombres, medio demonios, siempre ansiosos de llegar hasta el valle y apoderarse de la magia del río Ish.

Sólo el Señor de Arkán detenía su paso. Era el Señor de las montañas y un poderoso mago. Los otros tres Señoríos del valle le habían jurado lealtad hacía ya trescientos años, aunque hoy día ese juramento se mantenía más por miedo que por cualquier otro motivo. No solía ser benévolo, aunque tampoco era un tirano.

El valle se mantenía en paz. O eso pensaba ella. Pero cuando Mara tenía dieciocho años, los tres Señores decidieron rebelarse tras años de confabulaciones frustrasdas. No estaban dispuestos a seguir entregando sus recursos a Arkán.

Arkán era una pequeña ciudad amurallada encastrada en la montaña. Desde el valle se podía ver su muralla y sus torres negras contemplando perennes el valle con cierto halo de predominio. El río Ish caía desde sus pies hasta el valle.

-¿Hace cuánto tiempo que no vemos a un maldito ashtar por el valle? Por lo que sabemos podrían haber muerto todos.- Marcus, el Señor de Tulsía, fue el instigador de aquello.

Tulsia era la región costera, situada al noreste del valle. En el sur estaba Ishlia y en el la parte central estaba Vania. Finalmente, en el oeste, ya en las montañas estaba Arkán, un reducto que cubría el paso de las montañas, regido por el Señor del Arkán.

Aquél día todos estaban en Vania, en la biblioteca de su padre, Arthur. Se suponía que Mara no debía estar allí, pero logró internarse por uno de los pasadizos del palacio. Los tres Señores acordaron iniciar un un asalto a Arkán y así librarse de su vasallaje de una vez por todas.

Tres semanas más tarde, Arthur inició su marcha hacia las montañas con todo su ejercito, esperando encontrarse con sus aliados al pie de las montañas, desde donde les observaría aquel siniestro castillo.

Pero cuando llegó allí, se encontró sólo contra el Señor de Arkán. Y aunque su ejercito era diez veces menor, aplastó a Arthur en muy poco tiempo. Las flechas de los Arkanianos nunca erraban el tiro y sus espadas no se mellaban. La magia de su Señor era poderosa, no cabía duda

Al finalizar la mañana, el campo de batalla era un reguero de cadáveres y sangre. Pronto llegaron los carroñeros a darse un festín. Arthur huyó con menos de doscientos hombres, amilanado, de vuelta a su palacio.

Aunque la ciudad tenía una muralla, no estaba preparada para un combate. Ninguna ciudad el valle lo estaba realmente. De modo que al Señor de Vania sólo le quedo la rendición y esperar que el Señor de Arkán no fuera especialmente cruel.

Cuando su padre regresó, le contó a Mara lo ocurrido y como se había dado cuenta, demasiado tarde, que había sido una trampa de Marcus y Thomas para apropiarse de parte de su territorio. A la joven le hirvió la sangre. No podía creer que los hubieran traicionado.

-Debes decírselo al Señor de Arkán.- suplicó Mara mientras caminaba junto a su padre hacia la puerta de la ciudad. Fuera, le esperaba su funesto destino.

-No creo que eso le vaya a importar demasiado, mi pequeña. Ahora, debes quedarte aquí. No salgas bajo ningún concepto, ¿me has entendido?

-Sí, padre.

Mara se quedó apesadumbrada tras las puertas entreabiertas, observando. Junto a ella estaba John, el hijo de uno de los Válidos del su padre. Ella sabía para que estaba allí. El Señor de Vania le había dado orden de llevarse a Mara si aquello terminaba en ejecución.

Desde su posición podía ver la espalda de su padre y de los cinco Válidos. Se habían equivocado en confiar en sus vecinos y ahora harían todo lo posible para que sus súbditos no sufrieran las consecuencias.

El Señor de Alkán avanzó hacia ellos, imponente en su armadura negra. Llevaba aún el casco puntiagudo. La capa ondeaba tras él. No parecía que hubiera luchado en una batalla aquella misma mañana, ni que hubiera recorrido el camino hasta Vania.

Mara no podía oír bien lo que decía su padre. Estaba aterrada, parecía que su corazón quisiera escapar del pecho. No quería mirar y aún así no podía apartar la vista. Quería correr a los pies del Señor de Alkán para suplicar clemencia, quería salvar a su padre.

El mago seguía de pie, mirando a la comitiva arrodillada delante de él. Pareció no inmutarse ante las palabras de Arthur, que cada vez parecía más tenso. Finalmente, el Señor de Vania calló y agachó la cabeza y esperó su sino.

Durante un minuto, que a Mara le pareció una eternidad, el Señor de Alkán siguió inmóvil. Finalmente, susurró algo. La joven estaba desesperada por saber que ocurría. Su padre se levantó rápidamente con cara de horror, mientras miraba a las puertas de Vania.

Erik, volvió a hablar. El Señor de Vania se volvió tambaleándose hacía el interior de la ciudad, seguido por sus Válidos. El pesar que había en su cara aterrorizó a Mara que salió de la seguridad de las murallas al encuentro de su padre.

-¿Qué ha sucedido?¿Qué ha dicho?

-Mara…-Arthur susurró mientras las lágrimas caían por su rostro desconsolado.-Mi niña...

-Nos perdonará la vida, si aceptamos darle algo a cambio.-Acertó a decir Jonathan, el padre de John.- Sino, arrasará Vania hasta los cimientos.

-Le daremos lo que sea entonces.- Mara no entendía lo que ocurría.

-Os quiere a vos. Para asegurarse la lealtad de vuestro padre, os llevará a Arkán con él.

El Señor de Vania se derrumbó entre lagrimas y lamentos. No entendía como había podido ser tan estúpido. Mara se quedó helada. Miró hacia donde estaba el Señor de Arkán. Seguía inmóvil en el mismo lugar.

-No puede ser.- susurró John a su lado. La había seguido hasta allí.- No podemos consentirlo. Debe haber algo que podamos hacer.

Era cierto que alguna vez había pedido como tributo a una persona joven. Nadie entendía bien por qué, pero jamás se le volvía a ver. Nadie en el valle sabía que había tras las murallas de Arkán y nadie quería ir a averiguarlo. El último había sido un niño de una pequeña aldea costera hacía veinte años.

Mara alzó la vista hasta a las montañas. Pudo ver las torres de Arkán, alzándose oscuras, amenazadoras. Miró a su espalda y vio a través de la puerta a la gente expectante. Emociones contradictorias bullían en su interior. Cuando era pequeña, había soñado con ser una heroína, como las que había en los libros que le leía su madre.

Pero desde hacía tres años, con la muerte de la Señora de Vania, Mara había dejado aquello atrás. Había tenido que sustituir a su madre y su papel en la corte había cobrado protagonismo.

Cerró los ojos y tragó saliva. Sabía que no tenía opción. No podía dejar que el Señor de Arkán asolara Vania. Con un leve gesto rozó la cabeza de su padre y sin mediar palabra comenzó a caminar temblorosa hacia aquella figura oscura.

Oía los gritos de su padre tras de sí e intentó apagarlos. Cerró los ojos y siguió su camino. No quería mirar atrás. No quería ver como lloraban su perdida. No podría soportarlo. Las lágrimas comenzaron a escapar rebeldes. Mara no quería mostrar debilidad ante el futuro que se le planteaba.

Cuando abrió los ojos, el Señor de Arkán se encontraba frente a ella. Casi había chocado con él. Mara se quedó mirandolo un momento, a la cara sin rostro del yelmo. Pensó que debería decir algo, pero antes de que pudiera pensar en algo, el mago pasó su mano por delante de sus ojos y todo se volvió oscuro.

Estaba anocheciendo cuando Mara se despertó. Se encontraba en una habitación amplia, aunque no tan grande como la de su palacio. Estaba en una cama con dosel. Frente a ella estaba la zona de vestidor. Al lado, estaba la chimenea apagada, un escritorio y un pequeño sofá, dos butacas y una mesa de café. La habitación tenía un ambiente agradable, a pesar de estar casi en penumbra.

Mara se levantó con cuidado, recordando donde estaba. Se aproximó a la ventana que había junto a la cama. En su mente Arkán siempre había sido un lugar lúgubre y oscuro. Pero lo que vio la dejó boquiabierta.

Vio una ciudad luminosa rodeada por negras murallas. Aunque tanto la ciudadela como los muros que la rodeaban eran negros como la noche, la ciudad que había a sus pies era de un blanco resplandeciente, que comenzaba a iluminarse con la luz de las antorchas repartidas por las calles. Mara aún podía ver a la gente ir y venir.

Conforme sus ojos recorrían la ciudad podía ver plazas y jardines. También vio como el río atravesaba la ciudad, dividiéndose y uniéndose en una maraña de canales.

-Oh, ya estáis despierta.

Una voz la sobresaltó a su espalda. Cuando se giró vio a una joven doncella, vestida de rojo y negro, que se afanaba en encender las velas de la habitación.

-Os he traído la cena, mi señora. Seguramente tendréis hambre.

En ese momento, Mara se dio cuenta de que no había comido nada desde que su padre marchó al amanecer. Ahora le parecía que había pasado un siglo de aquello. Pero hacía sólo unas pocas horas que estaba en Arkán.

-Gracias.

Atinó a decir. La joven parecía amable. Dispuso la comida en una mesa auxiliar junto al sofá y espero a que Mara se acercara.

-Si necesitáis algo más, sólo tenéis que llamar.- dijo señalando una cuerda que colgaba junto a la cama.

Dicho esto, hizo una reverencia y se volvió para marcharse.

-Esperdad.- Mara tenía un sin fin de preguntas bullendo en su cabeza.-¿Cómo os llamáis?

-Lucy, señora.

Durante las siguientes dos semanas, Lucy fue la única persona a la que vio. El señor de Arkán no le permitía salir de la habitación. Pero si le traían cualquier cosa que pidiera. Lienzos, libros,… hasta un pianoforte. Las cosas aparecían allí al día siguiente de que Mara lo pidiera.

Cuando Mara llevaba cuatro días, decidió preguntar si podría escribir a su padre para decirle que se encontraba bien. La respuesta de Lucy fue que podría intentarlo, pero que nadie salía nunca de Arkán hacia el valle, con lo que nadie podría llevarla.

La joven doncella también le contó cosas sobre Arkán. Era una ciudad minera asentada en la desembocadura del río Ish. Extraían diversos materiales mágicos de las entrañas de las montañas. El Señor de Arkán administraba los alimentos, que venían de los tributos que pagaban los señores del valle. Por la forma que hablaba de él, parecía que todo el mundo lo apreciaba.

Desde la ventana de su habitación, Lucy le fue señalando las diferentes zonas de la ciudad, los nombres de los puentes, de las plazas y jardines. La sociedad estaba organizada según las cualidades de las personas. Todos los niños recibían una buena educación. De ese modo, el hijo de un minero podía llegar a ser el regidor del almacén, por ejemplo. Y si había alguna disputa, acudían al Señor de Arkan y sus Válidos. Lucy siempre hablaba de ellos en plural, por lo que supuso que el Señor de Arkán contaría con varios Válidos

Ellos eran los que se encargaban de tener a los ashtar alejados del paso que se abría a los pies de las murallas.

-De vez en cuando se ve a alguno intentando llegar, atraídos por el río. Pero mis señores se encargan de ellos.- dijo Lucy cuando le preguntó

-¿Cómo son?-Mara había visto alguna ilustración en la biblioteca. Pero no sabía que veracidad darle a aquello. También había visto dibujos de Arkán y no se parecía en nada a la realidad.

-Son… Bueno, no es fácil de definir. Son de varios tipos. Todos andan a dos patas y tienen los brazos largos y la cara alargada. Pero a veces tienen costras por la piel. Otros tienen color gris oscuro y la piel endurecida. Cuando era pequeña, juraría que vi a uno de madera.

Mara se quedó un rato pensativa. Estaba cansada de su encierro.

-¿Cuándo podré salir de aquí? Esta habitación comienza a asfixiarme.

Lucy se quedo pensativa. Pero no dijo nada y se marchó.

Más tarde, después de almorzar, Lucy le dijo a Mara que si quería, le podía enseñar el castillo.

-¡De veras!¡Gracias Lucy!- Mara no cabía en si de alegría.

-Yo no he hecho nada, mi señora. Ha sido iniciativa de mi señor.

Mara no le creyó.

Lucy le guió por el castillo. En la parte más alta estaban las alcobas. La del Señor de Arkán y la de los Válidos estaban en la parte oeste del castillo. La suya se encontraba en la parte este. Realmente, toda la parte oeste era donde estaban todas las dependencias de ellos. En la primera planta estaban sus despachos. Toda esa zona, le estaba vetada a Mara, según le dijo Lucy.

En la primera planta estaba la biblioteca. Ocupaba casi todo el ala sur del edificio. En la planta de abajo estaba el salón de audiencias. Aunque lo que más impresiono a Mara fue el jardín. Era una como un bosque exuberante.

Mara recorrió todos los rincones permitidos del castillo. No dejaba de ser consciente de que aquel lugar era una prisión para ella, aunque ahora fuera más grande. Conoció a todo el servicio del castillo, que no era mucho. Tan sólo siete doncellas y valets, dos mayordomos, una ama de llaves y tres cocineros. También había tres hombres y dos mujeres trabajando en las cuadras.

Solía ir a ayudar a unos y a otros para mantenerse ocupada. Al principio se negaban, pero acabaron por aceptarlo. Al menos haría algo útil estando allí. Por las tardes, le gustaba coger algún libro de la biblioteca e ir al jardín a leer. Le recordaba a los bosques de Vania.

Llevaba ya mes y medio en Arkán y no había vuelto a ver al Señor del lugar. Tampoco había visto nunca a ninguno de sus Válidos. No le permitían bajar los días de audiencias y las puertas del ala oeste siempre estaban cerradas. Mara siempre había sido bastante curiosa y se preguntaba como serían.

Comenzó a rondar el ala oeste del castillo e intentar asomarse por la escalera los días de audiencia por si podía ver a alguno de sus captores. Pero casi siempre aparecía Lucy tras ella con cara de preocupación.

Al cabo de un par de días, se decidió a dar un paseo por el jardín, pensando en como podría entrar en el ala oeste. Estaba atardeciendo y el canto de los pájaros la envolvía. Cuando se quiso dar cuenta, estaba en una parte donde nunca antes había estado.

Mara creía haber recorrido todo el jardín. Pero no tenía muy claro donde estaba ahora. Frente a ella se alzaba un invernadero enorme, que nunca antes había visto. Cuando entró, vio toda una colección de plantas. Algunas no las había visto nunca. Muchas eran curativas, según había leído. ¿Serían las plantas que usaba el mago para sus pociones?

La joven se apoyó sobre una mesa para observar más de cerca una extraña flor morada de enormes pétalos. Acababa de ser trasplantada.

-¿Qué haces aquí?

Una fría voz sonó muy cerca de ella, dándole tal susto que se volvió de golpe. No supo bien como lo hizo, pero la mesa volcó tirando la tierra y el abono sobre un joven que estaba junto a ella.

No tendría más de veinticinco años. Iba vestido de cuero negro y un abrigo rojo que llegaba hasta el suelo. Aunque ahora estuviera lleno de tierra y abono.

-¡Se puede saber que haces!- El joven se había enfadado bastante.

-Yo...Lo siento, no…

-Jeje. No sabía que también quisieras trasplantarte, Erik. Me lo podrías haber dicho.

-Eres muy graciosa.

Una señora de unos sesenta años se aproximaba desde el fondo del invernadero, riéndose. Probablemente eso no ayudara mucho a Mara. Aunque era joven, por su forma de vestir, aquel chico debía de ser uno de los Válidos.

-Has tardado mucho en venir, jovencita. Me llamo Arian.

La anciana se dirigía a Mara con una sonrisa amable, mientras que el joven gruñía unas a palabras que no logró entender. Unas pequeñas lucecitas resplandecieron a su alrededor y quedó limpio.

-Yo… Yo soy… Mara.

-Eso ya lo sabemos.

-Erik, se amable.-le recriminó la anciana.

Mara estaba desconcertada. No entendía nada de lo que estaba ocurriendo. No sabía como había llegado hasta allí ni quien era esa gente.

-Ven, vayamos dentro. Es hora de empezar tu formación.

Arian la agarró del brazo y la condujo hacia una hermosa puerta acristalada. Mara se dejo guiar sin saber muy que hacer. Erik les seguía con cara seria.

Entraron en una amplia habitación. En las paredes había algunas estanterías repleta de libros que parecían desordenados. En un lado había una mesa llena de frascos. Allí había otro hombre. Era algo más alto que Erik y llevaba una máscara para no inhalar los gases que emanaban de los botes.

Arian la condujo hacia el otro lado de la habitación, donde había cuatro butacones mirando hacia una chimena. Sobre ella había un espejo enorme. Cada uno de los butacones era de un color distinto. Uno era de un color marrón tierra ribeteado de oro, otro era azul y plata, el tercero era rojo y bronce. El cuarto era de un color indeterminado , sin ornamentos.

-¡Jack, acercate!

Erik se tiró en el sillón rojo, quedando una pierna sobre el brazo. Arian se sentó cuidadosamente en el marrón. Mara se quedó donde estaba sin saber bien que hacer o que estaba sucediendo. Jack pasó a su lado, saludandola al pasar, con gesto amable. Después se sentó en el butacón azul.

-Lo primero es lo primero. Averiguar que tipo de magia tienes.

Erik habló con tono frío, como si aquello fuera un simple trámite sin importancia.

-¿Cómo?- Mara cada vez estaba más desconcertada.

-Erik, no seas tan brusco.-Jack se volvió hacia Mara- Acercate un poco a la chimenea. Te vamos a explicar algo sobre Arkán.

Entre los tres le explicaron que Arkán estaba construida sobre unas minas de minerales mágicos, extremadamente poderosos. La ciudad estaba regida por el consejo de magos, provenientes del valle. Por algún extraño motivo que desconocían, la magia dejó de llegar al valle, lo que provocó que éste empezara a morir y los magos que habitaban en él poco a poco fueron pereciendo.

De modo que un un grupo de hechiceros subió hasta allí y utilizó los minerales para salvar al valle. Como allí la vida era extremadamente difícil, las ciudades del valle acordaron mantener a Arkán mientras que ellos mantuvieran al valle a salvo.

-Pero,.. entonces, ¿los ashtar?

-Los ashtar viene a buscar los minerales. Sólo bajan al valle cuando se pierden.- Erik miraba al fuego mientras le decía aquello.

-Y ¿por qué entonces la historia del Señor de Arkán? La gente del valle le teme.

-Eso…- Arian le hablaba en tono dulce- Bueno, cada uno va contando la historia a su manera y todos quieren añadir algo de su cosecha. Y después el tiempo hace lo demás.

También le contaron a Mara que los magos solían manifestarse entre los quince y veinte años. Y si no subían hasta Arkán no sobrevivían más allá de los veinticinco. El valle absorbía toda su esencia.

Ahora Mara formaba parte del consejo. Pero primero debía ser instruida por sus compañeros. Para ello debían averiguar cual era el carácter y la fuerza de su don. Arian le mostró un broche con el que ataba su túnica. Tenía una gema con los mimos tonos que su asiento. La de Jack estaba en un anillo y era algo menor. Erik, por su parte, tenía un colgante rojo y bronce, pero su gema era el doble de grande que la de Arian.

La piedra de poder estaba vinculada al mago y reflejaba su esencia. Arian estaba unida a la tierra, al crecimento de las cosas y a los minerales. Erik era una magia activa de batalla, vinculada al fuego. Jack era un poder de aire, una magia pasiva de defensa.

Para averiguar su esencia, Mara se sentó frente a la chimenea. Arian le dibujó algo en la frente con un ungüento mientras los tres recitaban algo que ella no conseguía entender. Poco a poco el fuego fue molestándole hasta obligarle a cerrar los ojos. Cuando los volvío a abrir, se encontraba en las montañas. Todo estaba cubierto de nieve y el cielo estaba totalmente encapotado. Podía ver el valle desde allí. Podía ver su hogar a lo lejos. Al lugar al que nunca volvería. Entonces se fijó que salía humo de la ciudad. ¡Vania estaba siendo atacada!

Mara comenzó a correr hacia su ciudad natal. Pero el terreno era muy escarpado. Tropezaba y se caía constantemente, pero aún así, no cejaba en su empeño de llegar a Vania. Tenía que asegurarse de que todo el mundo estaba bien. Que sus seres queridos estaban a salvo. Pero por mucho que corriera, sabía que no llegaría. Tardaría días en llegar andando. No sabía que hacer y comenzaba a desesperarse.

De pronto un sonido la sobresaltó. Entonces se dio cuenta de que era el primer sonido que había escuchado allí. Todo tenía una quietud extraña que la alertó. Algo no estaba bien en aquel sitio. Tenía que salir de allí.

Miró a su alrededor. No estaba allí realmente. Su cuerpo estaba en el salón del castillo, frente a la chimenea. Pero si algo le ocurría allí, ¿qué repercusiones tendría? Ella no sabía nada de la magia ni de como funcionaba.

Cuando se decidió a continuar su camino, notó como ya no estaba allí sola. Una manda de lobos la había rodeado. Eran unos animales enormes, el doble de grandes que los perros de caza de su padre.

-Está bien.- se dijo así misma- Esto es sólo una prueba. Nada más.

Intentó buscar al líder de la manada. Supuso que sería el animal más grande. Un enorme lobo negro estaba frente a ella, agazapado, listo para atacar.

-No lo hagas. No saltes. No puedes hacerme daño.

Aquello no parecía surtir efecto. La manada seguía aproximándose más y más a ella.

-No sois reales.

Mara cada vez estaba más asustada. Aquello no le gustaba nada.

-Bueno, ya basta. ¡Erik! ¡Arian! ¡Jack!

En el fondo sabía que no acudirían. Sospechaba que podían oírla, pero tampoco esperaba verlos aparecer.

Cuando el lobo negro saltó sobre ella, pensó que sería su final. Se encogió sobre sí misma y esperó lo peor. Pero no pasó nada. Esperó un poco más, pero nada ocurría. De pronto, el crepitar de la chimenea llegó hasta sus oídos.

Se levantó de golpe y vio a los tres hechiceros junto a ella, sentados en los sillones. Volvía a estar en salón. Miraban la gema que estaba sobre su cabeza. Una esfera verde y plata giraba sobre sí misma. Brillaba de una manera hipnótica. Tenía casi el mismo tamaño que la gema de Arian.

Erik la cogió, pero no llegó a tocarla. Parecía que una barrera la protegiera. Empezó a mover las manos y unas líneas comenzaron a cruzar la energía que rodaba la gema, hasta que surgió un brazalete de plata envejecida. Cuando hubo terminado, se lo colocó a Mara en el brazo. Sintió que su tacto era cálido.

-Tu magia es activa de defensa.- explicó Jack.- Principalmente relacionada con la fauna y la flora.

Y así comenzó una nueva rutina para Mara. Sus nuevos compañeros comenzaron a instruirla. Cada uno le iba explicando diferentes cosas. El lenguaje de la magia, como hacer pociones, como cuidar del invernadero.

También la llevaron a las minas, donde pudo ver el mineral mágico. Había vetas de todos los colores. Había zonas donde brillaba y zonas donde era mate. También le enseñaron una máquina que habían construido hacía ya doscientos cincuenta años para enviar la magia suficiente hacia el valle usando el cauce del río para que pudiera seguir viviendo.

Una de las cosas que más perturbaron a Mara fue cuando Jack le hablo de los ashtar.

-Verás, cuando usas un hechizo que requiere más magia de la que puedes canalizar, puedes perderte.

-¿Perderme?

-Sí. Volverte adicta. Ansiar cada vez más y más poder. Nadie está libre de ello. Ni el más poderoso de los magos.

- Y, ¿qué ocurre?

-Que el mago se convierte en un ashtar. Por eso vienen hasta las minas. Quieren adsorber el poder del mineral. La forma del ashtar variará en función del tipo de magia del mago.

-Pero, si aquí no hay tantos magos, ¿de dónde vienen?

-Del otro lado de las montañas. Allí la magia fluye sin restricciones. Supongo que habrá más magos que por aquí. Pero de todos modos no es que haya muchos ahstar, pero sí son listos y pueden causar muchos daños.

Poco a poco, Mara fue integrándose en la vida de Arkán. Comenzó a ir a las audiencias y tuvo más libertad de movimiento. Sus clases continuaban. Aunque las que más le costaban eran las de Erik. Era muy exigente, aunque te podías quedar absorta en sus palabras. Podía notarse que realmente le apasionaba su labor en Arkán y en el Valle de Ishtul.

-Erik es el mago más poderoso que ha habido en Arkán en mucho tiempo.-Le contó Arian un día que Mara estaba especialmente frustrada tras su sesión con Erik.-Llegó aquí con cinco años. Fue muy duro para él.

Arian le contó que Erik nunca fue de trato fácil. Pero hacia ya tres años que ocurrió un accidente que le había vuelto algo huraño. Un día, varios ashtar atacaron la ciudad. Erik, creyéndose capaz de acabar él solo con ellos, se lanzó al ataque. El resultado fue que dos compañeros murieron. Aquello había destrozado a Erik y tardó bastante en recuperarse.

La anciana le llevó por un pasillo donde estaban los cuadros de los magos que habían habitado en Arkán. Normalmente, era Jack el que le contaba la historia de Arkán, pero aún no le había hablado de los últimos cuadros. Los dos últimos eran los de Armín y Luna.

Armín tenía un aspecto adusto. Era un hombre canoso, aunque no parecía mayor. Según contó Arian, había sido un gran estratega. Luna, por su parte, tenía el pelo rojo fuego y una mirada traviesa. Tendría unos treinta años. Quizás algo más. Ella había ido escribiendo distintos libros que habían pasado a formar parte de la biblioteca de Arkán.

Mara no quiso preguntar mucho acerca de ellos. Podía ver la tristeza en los ojos de Arian cuando hablaba de ellos. Después de todo, no hacia tanto que habían fallecido.

El tiempo pasó inexorable y pronto llegó el tiempo de recoger el tributo del valle. Mara llevaba allí casi un año. Alguna vez había preguntado si podía ir a visitar a Vania o escribirles. La respuesta siempre fue negativa.

-¿Por qué?

-Si bajas, no te dejarán volver a subir y morirías en poco tiempo- contestó Erik.- Y no puedes hablarles de Arkán. Tanto Marcus como Henry ansían más poder. Querrían apoderarse de las minas. Sólo cierto temor a las leyendas les detiene.

-No lo entiendes.-

Mara estaba desesperada. Pero Erik se volvió con una mirada llena de fuego.

-¿Crees que yo nunca he querido volver a ver a mi madre o a mis hermanos? La supervivencia de Arkán está en su hermetismo. Deja de ser tan egoísta y pensar sólo en tus deseos.

Mara se quedó helada. Estaba furiosa.

-¿Quieres saber que pasa en le valle? Yo te lo mostraré

Erik conjuró al espejo que había sobre la chimenea algo, creando una imagen que la dejó helada. Pudo ver el salón del Señor de Tulsía. Mara lo reconoció porque alguna vez estuvo allí. Marcus y Henry, el señor de Ishlia.

Al principio no comprendía bien que ocurría. Cuando lo comprendió no pudo dar crédito. Estaban planeando un levantamiento contra Arkán. Pero esta vez sí era de verdad.

-Si hacen eso por un puñado de trigo, ¿qué crees que harán para apoderarse del mineral?

Erik fue tajante.

-Pero si para ellos carece de utilidad.

-La ignorancia vuelve a los hombres inconscientes. La gente habla y tergiversa las cosas. Cuando llegue a sus oídos alguna historia de Arkán, creerán que habrá grandes tesoros. Está totalmente prohibido bajar al valle ni establecer comunicación. Esa es la ley de Arkán. Y tú, más que nadie debes respetarla.

Entonces una idea cruzó la mente de Mara

-Entonces, ¿cómo recogéis el tributo si nadie baja?

-Ya lo verás. Es una sorpresa

Erik se marchó con una sonrisa traviesa. Varios días después iba a partir la marcha hacia el valle. Cuando Mara llegó al patio delantero del castillo vio que ya estaban allí los soldados. Todos con las armaduras y las caras cubiertas. Ninguno se movía de su posición.

Mara se aproximo a ellos, saludando. Pero no obtuvo respuesta, pese a que los conocía a casi todos. Se acercó aún más, exigiendo, como miembro del consejo, que le contestaran. Pero nada ocurría. Se armó de valor y tocó la fría armadura.

-Están vacías.

La voz de Erik la sorprendió a su espalda. Tenía ese hábito. Cuando se giró, él estaba más cerca de lo que se esperaba. Había alargado la mano para levantar la visera del casco.

-¿Ves? Las armaduras están hechas de mineral negro. Es muy resistente. Los controlamos desde aquí. Vamos, tenemos que prepararnos.

La cogió por el brazo y la guió hasta la sala de audiencias. Habían llevado allí el espejo, colocado sobre una plataforma. Frente a él, había uno de los artilugios mágicos que había en el taller. En él, había una figurita por cada soldado que había en el patio.

Los magos se pusieron en círculo y Erik comenzó a guiar la marcha. Mara pudo notar como se movían. Podía sentirlo, como si fuese ella. Cerró los ojos y se centró en el va y ven de la magia.Podía sentir como cientos de armaduras se movían en su cuerpo. Cuando abrió los ojos pudo ver en el espejo la marcha avanzando hacia Tulsia.

La marcha solía tardar tres días. Sabían que más de cinco no podrían estar en movimiento. El valle iba adsorbiendo la magia del mineral. De modo que los cuatro magos tampoco descansaron durante esos tres días.

Vania fue la última ciudad en ser visitada. Mara tenía la esperanza de ver a su padre y asegurarse de que se encontraba bien. Pero él no apareció. En su lugar, Jonathan salió, con una mirada impenetrable a entregar el tributo. No habían perdonado que se llevara a Mara, pero no podían negar que había sido generoso ante la afrenta sufrida. La joven hechicera lo conocía bien como para no saber lo que pensaba. Tras él, Mara pudo ver a John. Parecía apagado. A sus labios asomó una pregunta, pero su padre le frenó. Preguntaba por ella. A Mara se le encogió el corazón.

Cuando apartó la vista del espejo, Erik la miraba fijamente. Sabía que le esperaba una reprimenda cuando los recolectores volvieran por su falta de concentración. Sólo esperaba que estuviera lo suficientemente cansado como para que no se alargara.

Pero cuando por fin llegaron, cada uno se fue a su habitación a descansar, sin mediar palabra. Mara había trasladado su habitación al ala oeste, junto a la de Arian. Ahora estaba decorada con sus colores.

La joven se tumbó en la cama, agotada. Cerró los ojos esperando dormir durante un día entero, pero el sueño no llegaba. En su cabeza volvía una y otra vez la imagen de Vania. Era el Señor de la ciudad el que debía entregar el tributo, pero no hubo rastro de él. Mara se preguntaba que le habría pasado, si estaría bien.

Al cabo de un rato, Mara bajó hasta el salón. Habían llevado de vuelta el espejo a su lugar. Sabía que no le quedaba mucha energía, pero sí la suficiente para tener una imagen de su padre.

Al principio, la imagen fue borrosa y el sonido distorsionado. Conforme Mara se iba concentrando, todo se volvía más claro. Vio a su padre en su alcoba, parecía enfermo. Junto a él estaban sus Válidos y John. Éste último parecía alterado.

-¡No podemos quedarnos de brazos cruzados!¡Quién sabe lo que le estarán haciendo allí!¡A lo que la habrán obligado!

-Ya nos traicionaron una vez, hijo. Y está claro, que nosotros solos no podemos hacer nada.

Arthur no decía nada. Mantenía la mirada perdida en la pared. Había enfermado de la pena al perder a Mara. Mientras, los Válidos discutían sobre si unirse a la rebelión de sus vecinos. Habían enviado ya sus ejércitos contra Arkán.

-Tengo que evitarlo. No pueden venir contra nosotros.

Mara sabía que no podría salir por la puerta de la ciudad, pero sí podía intentarlo por los túneles de la mina. De modo que se puso en marcha. Era un camino duro y lento. No era fácil moverse por aquella maraña. Había creado una pequeña luz de guía, pero parecía que estaba dando vueltas sobre el mismo punto.

Cuando ya llevaba ya un rato en los túneles, pudo sentir la brisa. Estaba cerca de alguna de las salidas de ventilación. Aceleró el paso al ver la luz de la luna entrando por un agujero. Cuándo se asomó vio que era ya noche cerrada. Había estado allí más tiempo de lo que creía.

Puso un par de piedras grandes para poder alcanzar. Pensó que de un saltó llegaría. Estaba ya dispuesta cuando un chirrido la sorprendió. Una pata enorme de insecto comenzó a inspeccionar el hueco.

Era una araña enorme. Más grande que un caballo. Mara jamás había visto algo así. Quedó inmóvil unos segundos. El arácnido quería entrar en la mina. Supo al instante que aquello no iba a acabar bien. Estaba haciendo el hueco más grande para poder pasar y lo estaba consiguiendo.

Mara intentó realizar algún hechizo pero no tenía energía para ello. Intentó canalizar su magia hasta el insecto. Era del reino animal, así que debería poder controlarlo. Pero el hilo era demasiado débil. La única opción que le quedaba era huir.

Corrió lo más rápido que pudo, sin saber por dónde iba. Era capaz de sentir a la araña tras ella. Notaba como era más rápida. Pronto le daría alcance. La angustia se apoderó de ella y las lágrimas asomaron a sus ojos. No quería morir a manos de aquel bicho gigante.

Cada vez tenía menos fuerza y empezaba a tropezar, haciéndose pequeñas heridas en brazos y piernas. Cuando cayó a los pies de una cuesta que se alzaba ante ella pensó que ya no había esperanza. Cerró los ojos, cuando la araña se cernía sobre ella.

De pronto, algo cálido pasó sobre ella y volvió a escuchar el chirrido. Cuando alzó la vista, pudo ver al final de la cuesta a Erik. No se lo podía creer. En su cerebro surgían preguntas que enseguida se apagaban. Simplemente se levantó y corrió hacia él. Estaba tan contenta de verle que cuando llegó lo abrazó y se hundió en el pecho del hechicero. Pudo sentir su brazo alrededor de ella. Le llegaba el calor de la espada de fuego. Erik había partido a la araña en dos.

No supo bien como hizo el camino de vuelta. Pero llegaron hasta el salón. Mara vio como había dejado el hechizo del espejo activo. Entendió entonces que Erik había ido ras ella. Sus ojos reflejaban una furia que ella no había visto antes.

-¡¿Se puede saber en que estabas pensando?!¡¿Crees que los ashtar son el único peligro de las montañas?!

Mara no supo que contestar. Lo único que le salió fueron lágrimas. Comenzó a llorar desconsolada. Eso le impidió ver la consternación en la cara del hechicero, que fue transformándose en algo más amable.

-Mara...

-Lo siento- atino a decir Mara- Pero es que… Vienen hacia aquí. Los Señores vienen hacia aquí.

-Debiste avisarnos antes.

Aunque el tono de Erik seguía siendo frío, se agachó a examinar las heridas de Mara.

-Deja de llorar. Hay que preparase.

Miró al espejo y vio a los soldados marchando. El ejército de los tres Señores marchaba hacia Arkán. Mara se quedó perpleja al ver al frente de los soldados de Vania iba John. Por lo visto había conseguido convencer a su padre y al resto de Válidos y ahora lideraba la marcha.

-Parece que tu prometido viene en tu busca.- Dijo Erik con sorna

-No es mi prometido- respondió Mara

-Bueno, yo diría que el tiene mucho interés en que vuelvas con él.

Mara iba a responder cuando sonaron las campanas de alerta. Habían divisado algún ashtar cerca de la ciudad. Ambos se quedaron quitos un momento intentando organizar las ideas

-No puede ser.

Erik se puso en pie rápidamente. Con un movimiento sobre el espejo pudo ver como al menos cincuenta ashtar se dirigían a la ciudad. Arian dio pequeño grito a su espalda. Ella y Jack habían bajado al oír la campana.

-¿Qué ocurre?- Mara no podía creer lo que veían sus ojos.

-Saben que estamos bajos de energía tras la recolección- respondió Jack- Quieren aprovechar el momento.

-Los ejércitos del valle llegaran al amanecer.

-¿Cómo es posible?¿Ya?-Arian empezaba a ponerse nerviosa.

-Esto va a ser complicado.-Erik parecía inalterable, pero Mara pudo ver un atisbo de miedo.- Vamos a las murallas.

Erik, Jack y Mara se dirigieron a la cara oeste de la fortaleza, mientras Arian bajó a las minas. Cuando llegaron arriba, ya estaban allí los arqueros. No podían usar la magia directamente contra los ashtar, ya que la absorberían. De modo que para luchar contra ellos usaban armas con un veneno extraído de las plantas locales.

-No creo que esta vez consigamos deshacernos de ellos sólo con flechas.- Jack miraba la horda con preocupación.-

-No te preocupes. No fallaré ni un tiro.

-Son demasiados y tu no has descansado nada.

-No podemos permitir que lleguen al castillo.-Sentenció Erik.- Si llegan a las minas podemos darnos por muertos.

-¡Señores!-Un soldado llegó a toda prisa- La Señora Arian me envía. Han entrado en las minas.

-¿Cómo es posible?

Erik salió disparado. Mara se quedó paralizada sin saber que hacer.

-¡Arqueros!- El grito de Jack la devolvió al mundo real- Mara, levanta un escudo cuando realice el lanzamiento. Pero que no llegue a su altura, como entrenamos.

-Sí- Balbuceó la joven.

-¡Listos!¡LANZAD!

Las flecha volaron hacia los ashtar guiadas por Jack. Ellos se defendían haciendo volar piedras hacia ellas. Consiguieron herir a unos pocos, pero el veneno era lento. Una segunda oleada de flechas llovió sobre los enemigos. Hasta la tercera oleada no empezaron a caer algunos.

Mara podía sentir como la muralla temblaba bajo sus pies. Debía ser la batalla en las minas. Estaba a punto de levantar el escudo para un nuevo ataque cuando un estruendo llegó desde el otro lado de la ciudad.

-El ejército del valle. Han llegado.

Cuando se giró vio los primeros rayos de sol.

-Debo ir, Jack. Quizás ellos me escuchen.

-Corre. No creo que podamos mantener tres batallas a la vez.

El mago estaba agotado, al igual que ella. No podrían resistir mucho más y menos si tenían que dividir sus fuerzas.

Mara corrió todo lo que pudo. Las ideas se agolpaban en su cabeza. No sabía muy bien como iba a detener aquello ni entendía bien el porque de esa revuelta contra Arkán. Algo en su interior le decía que el valle pagaría caro aquello.

Cuando llegó a las puertas de la ciudad, vio como un pequeño grupo de soldados resistía. Arkán nunca había tenido un gran ejército y encima estaba divido. Mara había conseguido traer a unas veinte armaduras negras. Era imposible que ella sola pudiera movilizarlas a todas.

-Abrid la puerta pequeña. Voy a salir. Quedaos aquí hasta que yo os lo diga.

En el lateral izquierdo había una pequeña portezuela, por la que apenas cabía. Cuando salió vio los tres estandartes a contra luz.

-¡Mara!- gritó una voz familiar.

Un jinete se acercó a ella. Era John..

-¡Estáis locos! Debéis marcharos.

John se mantenía a distancia, sujetando la espada. Miraba a las armaduras que rodeaban a Mara.

-He venido a rescatarte. No vamos a seguir bajo el yugo de este tirano.

-Si acabáis con Arkán, el valle morirá. Mi lugar es este, no necesito ser rescatada.

-Seremos libres, Mara. Acabaremos con el Señor de Arkán y con los ashtar. Podrás volver a casa.

No la escuchaba. John estaba desesperado por hacerla volver con él. Tenía una idea preconcebida y nada la alteraría. El joven extendió su mano. Mara podía sentir como su corazón se encogía por momentos. Sabía que era lo que debía hacer y eso le dolía.

-Nunca podré volver.- Las lágrimas brotaban de sus ojos.- No lo puedes entender, pero jamás volveré al valle.

John intentó agarrarla, pero una de las armaduras le detuvo. Mara cerró los ojos y sintió como una leve brisa la envolvía. Escuchó el grito de John cuando se lanzó al ataque. Pudo oír el choque metálico de las espadas. Sintió la tierra temblar bajo el avance del ejército del valle. Pero ella seguía concentrando las pocas fuerzas que le quedaban.

Debía tener cuidado de no perderse en la magia. Recordaba las palabras de Erik en la biblioteca. “Es un peligroso equilibrio, muy frágil.”. Cuando estuvo lista, abrió los ojos y una oleada de energía arrasó al sus antiguos compatriotas. Pocos quedaron en el sitio, anclados en sus armas. Alguno rodó por el camino hacia abajo. Pudo ver a algún soldado herido. Una de las armaduras estaba tirada en el suelo.

-El Señor de Arkán os ha dado un aviso.- Esperaba que aquello los hubiera asustado, porque ella ya no podía más- ¡Marchaos!

Pero antes de que pudieran contestar, una explosión sacudió la ciudad. Mara sintió una oleada de magia a su espalda.

-¡Las minas!

Se volvió hacia la ciudad y corrió. Aquello no podía ser bueno.

Mara” Un hilo de voz se coló en su mente. Era Erik. Su voz sonaba lejana y débil.

-¿Qué sucede?¿Dónde estáis?

Vamos a destruir la mina” esta vez fue la voz de Arian la que resonó en su cabeza.

-¿Destruirla?¿Qué queréis decir?

Jack y tú debéis proteger a la gente de la ciudad”

-Pero Erik, ¿qué os sucederá a vosotros?

No podemos permitr que los ashtar se hagan con las minas.”

Debemos destruirlo todo, aunque eso signifique...” La voz de Arian se quebró

-¡NO!

Mara, no nos queda otra opción”. Jack sonaba hueco.

-No… Eso significa

El fin del valle. Somos muy conscientes.”

Mara vio a Jack sobre la muralla que separaba el jardín de la ciudad. Estaba preparando un conjuro para proteger a las personas de la explosión. Si no lo ayudaba, todos morirían. Pero quería evitar aquello. No podía permitir que el valle muriera, ni tampoco Arian y Erik. Pero no sabía como.

Vamos, Mara. No podemos esperar”. Jack se impacientaba. Mara cedió.

Todos los habitantes de Arkán se congregaron en la plaza central y sus alrededores. Mara se había subido a un tejado para tener mejor visibilidad. Pudo ver como los soldados del valle habían conseguido tirar la puerta y entraban en la ciudad. Pero estaban demasiado lejos para que el hechizo de protección les cubriera. Ninguno de los dos tenía energía suficiente para abarcar toda la ciudad.

De pronto el suelo se elevó, dejando escapar ráfagas de energía multicolor. Las casas caían mientras enormes grietas se abrían bajo la ciudad. Sólo el interior del escudo verde y azul permanecía.

Los soldados del valle entraron en pánico y se dispersaron intentando escapar de aquel caos. Muchos caían abrasados desde el interior por la magia desbocada. Las lágrimas caían sin cesar por le rostro de Mara. No podía hacer nada por salvarlos. Ni por salvar a sus compañeros.

Arian… Erik… Habían muerto. Ya sólo quedaban dos magos en aquel lugar sin magia. Sintió un pinchazo agudo en su corazón. Sintió como Arian ya no estaba. Arian se había marchado para siempre en aquella tormenta.

Entonces Mara se dio cuenta de algo. Arian se había ido, lo había sentido. Pero Erik no. Él seguía vivo. Apuntaló el escudo, de modo que pudo concentrase en buscarle. Podía sentirle. Era una señal débil. Pero allí estaba. Podía sentir como se apagaba.

-No… Debo…

En un último esfuerzo intentó llegar hasta él. Después todo se volvió negro.

Cuando Mara despertó era más de medio día. Intentó moverse, pero no pudo. Le dolían todos los músculos del cuerpo. Su mente estaba nublada.

Estaba en una de las habitaciones del castillo, donde habían colocado algunas camas improvisadas. Pudo ver a varios soldados.

-Podías haber muerto o algo peor.

Jack estaba sentado en la cama que había frente a ella. Tenía la cabeza entre las manos. Tenía mal aspecto. Aunque supuso que ella no estaría mucho mejor.

-¿Qué ha pasado?¿Están todos bien?

-Hemos tenido pocas bajas. Los pocos supervivientes del ejército del valle han huido montaña abajo. La mina a quedado completamente destruida. Ya no queda mineral. Los ashtar han desaparecido.

-¿Y Erik y Arian?

-Arian no ha sobrevivido a la explosión-contestó cerrando los ojos.- Y Erik… Lo encontraron hace una hora.

-¿Dónde está?¿Cómo…?

-No lo sé. Aún no he conseguido levantarme de esta cama.- Se tiró hacia atrás y cerró los ojos.- No soy capaz de moverme.

A la mañana siguiente, por fin pudieron levantarse. A duras penas los llevaron a una habitación en la segunda planta, que antes solía ser el almacén de los inventos fallidos de Jack. Desde allí podía verse el valle.

Cuando entraron, Mara no pudo creer lo que vio. Flotando en el centro había una vaina, verde y bronce. Dentro estaba Erik. Parecía dormir plácidamente.

-No debiste hacerlo.- Jack miraba de manera extraña- Ni tu ni yo tenemos el poder suficiente para despertarle.

La vaina había estado intentando curar las heridas. Estaba cubierto de quemaduras. Pero el daño había sido demasiado grave. Había conseguido mantenerle vivo y sin dolor aparente, pero ya está.

-Tienes razón, nosotros no podemos. Pero al otro lado de las montañas quizás si haya alguien que pueda.

Jack se volvió a mirarla.

-¿Qué quieres decir?

-¿Qué sentido tiene quedarnos? Las minas han desparecido, el valle va a morir. Ya no tenemos nada que proteger.

-El valle nos tragará para intentar sobrevivir.

-La gente de Ishtul no tiene posibilidades de sobrevivir si se quedan aquí.

-No será tan fácil. La mayoría están arraigados aquí. Además, si les contamos toda la verdad, nadie nos creerá.

-Ellos son libres. Pero merecen la verdad. Los que quieran aconpañarnos, serán bienvenidos. No tenemos otra salida.

El silencio se hizo en la habitación.

Un soldado interrumpió su conversación. Era uno de los capitanes del ejército. Mara pudo ver algunas heridas.

-Mis Señores,… Hay gente que solicita audiencia urgente.

-¿Qué quieren?

-Desean saber que va a ser de Arkán. Están preocupados. Las minas...

-Es normal.-Jack estaba sentado en un butacón mirando a Erik.

-En cuanto podamos, iremos a hablar con ellos. Diles que no se preocupen. Nuestra obligación es cuidar de ellos y eso haremos

Se quedaron un momento en silencio, mientras Mara miraba hacia el valle. El capitán quedó un momento en silencio con la mirada baja. Finalmente lanzó la pregunta que a todos rondaba por la cabeza.

-¿Qué haremos, mi Señora?

-Lo que sea necesario.

Mara no se volvió a contestar. Siguió mirando por la ventana mientras el capitán se marchaba. Miraba al valle que se extendía ante ella. No quedaba mucho para que comenzara secarse y muriera lentamente.