-¿Qué
haremos, mi Señora?
-Lo
que sea necesario.
Mara
no se volvió a contestar. Siguió mirando por la ventana mientras el
capitán se marchaba. Miraba al valle que se extendía ante ella. No
quedaba mucho para que comenzara secarse y muriera lentamente.
Cerró
los ojos y recordó. Recordó cuando no era más que una cría
despreocupada que correteaba por los dominios de su padre. Era uno de
los cuatro Señores del Valle de Ishtul. Una tierra próspera y
fértil. Una cordillera hacia frontera con la tierra de los ashtar,
medio hombres, medio demonios, siempre ansiosos de llegar hasta el
valle y apoderarse de la magia del río Ish.
Sólo
el Señor de Arkán detenía su paso. Era el Señor de las montañas
y un poderoso mago. Los otros tres Señoríos del valle le habían
jurado lealtad hacía ya trescientos años, aunque hoy día ese
juramento se mantenía más por miedo que por cualquier otro motivo.
No solía ser benévolo, aunque tampoco era un tirano.
El
valle se mantenía en paz. O eso pensaba ella. Pero cuando Mara tenía
dieciocho años, los tres Señores decidieron rebelarse tras años
de confabulaciones frustrasdas. No estaban dispuestos a seguir
entregando sus recursos a Arkán.
Arkán
era una pequeña ciudad amurallada encastrada en la montaña. Desde
el valle se podía ver su muralla y sus torres negras contemplando
perennes el valle con cierto halo de predominio. El río Ish caía
desde sus pies hasta el valle.
-¿Hace
cuánto tiempo que no vemos a un maldito ashtar por el valle? Por lo
que sabemos podrían haber muerto todos.- Marcus, el Señor de
Tulsía, fue el instigador de aquello.
Tulsia
era la región costera, situada al noreste del valle. En el sur
estaba Ishlia y en el la parte central estaba Vania. Finalmente, en
el oeste, ya en las montañas estaba Arkán, un reducto que cubría
el paso de las montañas, regido por el Señor del Arkán.
Aquél
día todos estaban en Vania, en la biblioteca de su padre, Arthur. Se
suponía que Mara no debía estar allí, pero logró internarse por
uno de los pasadizos del palacio. Los tres Señores acordaron iniciar
un un asalto a Arkán y así librarse de su vasallaje de una vez por
todas.
Tres
semanas más tarde, Arthur inició su marcha hacia las montañas con
todo su ejercito, esperando encontrarse con sus aliados al pie de las
montañas, desde donde les observaría aquel siniestro castillo.
Pero
cuando llegó allí, se encontró sólo contra el Señor de Arkán. Y
aunque su ejercito era diez veces menor, aplastó a Arthur en muy
poco tiempo. Las flechas de los Arkanianos nunca erraban el tiro y
sus espadas no se mellaban. La magia de su Señor era poderosa, no
cabía duda
Al
finalizar la mañana, el campo de batalla era un reguero de cadáveres
y sangre. Pronto llegaron los carroñeros a darse un festín. Arthur
huyó con menos de doscientos hombres, amilanado, de vuelta a su
palacio.
Aunque
la ciudad tenía una muralla, no estaba preparada para un combate.
Ninguna ciudad el valle lo estaba realmente. De modo que al Señor de
Vania sólo le quedo la rendición y esperar que el Señor de Arkán
no fuera especialmente cruel.
Cuando
su padre regresó, le contó a Mara lo ocurrido y como se había dado
cuenta, demasiado tarde, que había sido una trampa de Marcus y
Thomas para apropiarse de parte de su territorio. A la joven le
hirvió la sangre. No podía creer que los hubieran traicionado.
-Debes
decírselo al Señor de Arkán.- suplicó Mara mientras caminaba
junto a su padre hacia la puerta de la ciudad. Fuera, le esperaba su
funesto destino.
-No
creo que eso le vaya a importar demasiado, mi pequeña. Ahora, debes
quedarte aquí. No salgas bajo ningún concepto, ¿me has entendido?
-Sí,
padre.
Mara
se quedó apesadumbrada tras las puertas entreabiertas, observando.
Junto a ella estaba John, el hijo de uno de los Válidos del su
padre. Ella sabía para que estaba allí. El Señor de Vania le había
dado orden de llevarse a Mara si aquello terminaba en ejecución.
Desde
su posición podía ver la espalda de su padre y de los cinco
Válidos. Se habían equivocado en confiar en sus vecinos y ahora
harían todo lo posible para que sus súbditos no sufrieran las
consecuencias.
El
Señor de Alkán avanzó hacia ellos, imponente en su armadura negra.
Llevaba aún el casco puntiagudo. La capa ondeaba tras él. No
parecía que hubiera luchado en una batalla aquella misma mañana, ni
que hubiera recorrido el camino hasta Vania.
Mara
no podía oír bien lo que decía su padre. Estaba aterrada, parecía
que su corazón quisiera escapar del pecho. No quería mirar y aún
así no podía apartar la vista. Quería correr a los pies del Señor
de Alkán para suplicar clemencia, quería salvar a su padre.
El
mago seguía de pie, mirando a la comitiva arrodillada delante de él.
Pareció no inmutarse ante las palabras de Arthur, que cada vez
parecía más tenso. Finalmente, el Señor de Vania calló y agachó
la cabeza y esperó su sino.
Durante
un minuto, que a Mara le pareció una eternidad, el Señor de Alkán
siguió inmóvil. Finalmente, susurró algo. La joven estaba
desesperada por saber que ocurría. Su padre se levantó rápidamente
con cara de horror, mientras miraba a las puertas de Vania.
Erik,
volvió a hablar. El Señor de Vania se volvió tambaleándose hacía
el interior de la ciudad, seguido por sus Válidos. El pesar que
había en su cara aterrorizó a Mara que salió de la seguridad de
las murallas al encuentro de su padre.
-¿Qué
ha sucedido?¿Qué ha dicho?
-Mara…-Arthur
susurró mientras las lágrimas caían por su rostro desconsolado.-Mi
niña...
-Nos
perdonará la vida, si aceptamos darle algo a cambio.-Acertó a decir
Jonathan, el padre de John.- Sino, arrasará Vania hasta los
cimientos.
-Le
daremos lo que sea entonces.- Mara no entendía lo que ocurría.
-Os
quiere a vos. Para asegurarse la lealtad de vuestro padre, os llevará
a Arkán con él.
El
Señor de Vania se derrumbó entre lagrimas y lamentos. No entendía
como había podido ser tan estúpido. Mara se quedó helada. Miró
hacia donde estaba el Señor de Arkán. Seguía inmóvil en el mismo
lugar.
-No
puede ser.- susurró John a su lado. La había seguido hasta allí.-
No podemos consentirlo. Debe haber algo que podamos hacer.
Era
cierto que alguna vez había pedido como tributo a una persona joven.
Nadie entendía bien por qué, pero jamás se le volvía a ver. Nadie
en el valle sabía que había tras las murallas de Arkán y nadie
quería ir a averiguarlo. El último había sido un niño de una
pequeña aldea costera hacía veinte años.
Mara
alzó la vista hasta a las montañas. Pudo ver las torres de Arkán,
alzándose oscuras, amenazadoras. Miró a su espalda y vio a través
de la puerta a la gente expectante. Emociones contradictorias bullían
en su interior. Cuando era pequeña, había soñado con ser una
heroína, como las que había en los libros que le leía su madre.
Pero
desde hacía tres años, con la muerte de la Señora de Vania, Mara
había dejado aquello atrás. Había tenido que sustituir a su madre
y su papel en la corte había cobrado protagonismo.
Cerró
los ojos y tragó saliva. Sabía que no tenía opción. No podía
dejar que el Señor de Arkán asolara Vania. Con un leve gesto rozó
la cabeza de su padre y sin mediar palabra comenzó a caminar
temblorosa hacia aquella figura oscura.
Oía
los gritos de su padre tras de sí e intentó apagarlos. Cerró los
ojos y siguió su camino. No quería mirar atrás. No quería ver
como lloraban su perdida. No podría soportarlo. Las lágrimas
comenzaron a escapar rebeldes. Mara no quería mostrar debilidad ante
el futuro que se le planteaba.
Cuando
abrió los ojos, el Señor de Arkán se encontraba frente a ella.
Casi había chocado con él. Mara se quedó mirandolo un momento, a
la cara sin rostro del yelmo. Pensó que debería decir algo, pero
antes de que pudiera pensar en algo, el mago pasó su mano por
delante de sus ojos y todo se volvió oscuro.
Estaba
anocheciendo cuando Mara se despertó. Se encontraba en una
habitación amplia, aunque no tan grande como la de su palacio.
Estaba en una cama con dosel. Frente a ella estaba la zona de
vestidor. Al lado, estaba la chimenea apagada, un escritorio y un
pequeño sofá, dos butacas y una mesa de café. La habitación tenía
un ambiente agradable, a pesar de estar casi en penumbra.
Mara
se levantó con cuidado, recordando donde estaba. Se aproximó a la
ventana que había junto a la cama. En su mente Arkán siempre había
sido un lugar lúgubre y oscuro. Pero lo que vio la dejó
boquiabierta.
Vio
una ciudad luminosa rodeada por negras murallas. Aunque tanto la
ciudadela como los muros que la rodeaban eran negros como la noche,
la ciudad que había a sus pies era de un blanco resplandeciente, que
comenzaba a iluminarse con la luz de las antorchas repartidas por las
calles. Mara aún podía ver a la gente ir y venir.
Conforme
sus ojos recorrían la ciudad podía ver plazas y jardines. También
vio como el río atravesaba la ciudad, dividiéndose y uniéndose en
una maraña de canales.
-Oh,
ya estáis despierta.
Una
voz la sobresaltó a su espalda. Cuando se giró vio a una joven
doncella, vestida de rojo y negro, que se afanaba en encender las
velas de la habitación.
-Os
he traído la cena, mi señora. Seguramente tendréis hambre.
En
ese momento, Mara se dio cuenta de que no había comido nada desde
que su padre marchó al amanecer. Ahora le parecía que había pasado
un siglo de aquello. Pero hacía sólo unas pocas horas que estaba en
Arkán.
-Gracias.
Atinó
a decir. La joven parecía amable. Dispuso la comida en una mesa
auxiliar junto al sofá y espero a que Mara se acercara.
-Si
necesitáis algo más, sólo tenéis que llamar.- dijo señalando una
cuerda que colgaba junto a la cama.
Dicho
esto, hizo una reverencia y se volvió para marcharse.
-Esperdad.-
Mara tenía un sin fin de preguntas bullendo en su cabeza.-¿Cómo os
llamáis?
-Lucy,
señora.
Durante
las siguientes dos semanas, Lucy fue la única persona a la que vio.
El señor de Arkán no le permitía salir de la habitación. Pero si
le traían cualquier cosa que pidiera. Lienzos, libros,… hasta un
pianoforte. Las cosas aparecían allí al día siguiente de que Mara
lo pidiera.
Cuando
Mara llevaba cuatro días, decidió preguntar si podría escribir a
su padre para decirle que se encontraba bien. La respuesta de Lucy
fue que podría intentarlo, pero que nadie salía nunca de Arkán
hacia el valle, con lo que nadie podría llevarla.
La
joven doncella también le contó cosas sobre Arkán. Era una ciudad
minera asentada en la desembocadura del río Ish. Extraían diversos
materiales mágicos de las entrañas de las montañas. El Señor de
Arkán administraba los alimentos, que venían de los tributos que
pagaban los señores del valle. Por la forma que hablaba de él,
parecía que todo el mundo lo apreciaba.
Desde
la ventana de su habitación, Lucy le fue señalando las diferentes
zonas de la ciudad, los nombres de los puentes, de las plazas y
jardines. La sociedad estaba organizada según las cualidades de las
personas. Todos los niños recibían una buena educación. De ese
modo, el hijo de un minero podía llegar a ser el regidor del
almacén, por ejemplo. Y si había alguna disputa, acudían al Señor
de Arkan y sus Válidos. Lucy siempre hablaba de ellos en plural, por
lo que supuso que el Señor de Arkán contaría con varios Válidos
Ellos
eran los que se encargaban de tener a los ashtar alejados del paso
que se abría a los pies de las murallas.
-De
vez en cuando se ve a alguno intentando llegar, atraídos por el río.
Pero mis señores se encargan de ellos.- dijo Lucy cuando le preguntó
-¿Cómo
son?-Mara había visto alguna ilustración en la biblioteca. Pero no
sabía que veracidad darle a aquello. También había visto dibujos
de Arkán y no se parecía en nada a la realidad.
-Son…
Bueno, no es fácil de definir. Son de varios tipos. Todos andan a
dos patas y tienen los brazos largos y la cara alargada. Pero a veces
tienen costras por la piel. Otros tienen color gris oscuro y la piel
endurecida. Cuando era pequeña, juraría que vi a uno de madera.
Mara
se quedó un rato pensativa. Estaba cansada de su encierro.
-¿Cuándo
podré salir de aquí? Esta habitación comienza a asfixiarme.
Lucy
se quedo pensativa. Pero no dijo nada y se marchó.
Más
tarde, después de almorzar, Lucy le dijo a Mara que si quería, le
podía enseñar el castillo.
-¡De
veras!¡Gracias Lucy!- Mara no cabía en si de alegría.
-Yo
no he hecho nada, mi señora. Ha sido iniciativa de mi señor.
Mara
no le creyó.
Lucy
le guió por el castillo. En la parte más alta estaban las alcobas.
La del Señor de Arkán y la de los Válidos estaban en la parte
oeste del castillo. La suya se encontraba en la parte este.
Realmente, toda la parte oeste era donde estaban todas las
dependencias de ellos. En la primera planta estaban sus despachos.
Toda esa zona, le estaba vetada a Mara, según le dijo Lucy.
En
la primera planta estaba la biblioteca. Ocupaba casi todo el ala sur
del edificio. En la planta de abajo estaba el salón de audiencias.
Aunque lo que más impresiono a Mara fue el jardín. Era una como un
bosque exuberante.
Mara
recorrió todos los rincones permitidos del castillo. No dejaba de
ser consciente de que aquel lugar era una prisión para ella, aunque
ahora fuera más grande. Conoció a todo el servicio del castillo,
que no era mucho. Tan sólo siete doncellas y valets, dos mayordomos,
una ama de llaves y tres cocineros. También había tres hombres y
dos mujeres trabajando en las cuadras.
Solía
ir a ayudar a unos y a otros para mantenerse ocupada. Al principio se
negaban, pero acabaron por aceptarlo. Al menos haría algo útil
estando allí. Por las tardes, le gustaba coger algún libro de la
biblioteca e ir al jardín a leer. Le recordaba a los bosques de
Vania.
Llevaba
ya mes y medio en Arkán y no había vuelto a ver al Señor del
lugar. Tampoco había visto nunca a ninguno de sus Válidos. No le
permitían bajar los días de audiencias y las puertas del ala oeste
siempre estaban cerradas. Mara siempre había sido bastante curiosa y
se preguntaba como serían.
Comenzó
a rondar el ala oeste del castillo e intentar asomarse por la
escalera los días de audiencia por si podía ver a alguno de sus
captores. Pero casi siempre aparecía Lucy tras ella con cara de
preocupación.
Al
cabo de un par de días, se decidió a dar un paseo por el jardín,
pensando en como podría entrar en el ala oeste. Estaba atardeciendo
y el canto de los pájaros la envolvía. Cuando se quiso dar cuenta,
estaba en una parte donde nunca antes había estado.
Mara
creía haber recorrido todo el jardín. Pero no tenía muy claro
donde estaba ahora. Frente a ella se alzaba un invernadero enorme,
que nunca antes había visto. Cuando entró, vio toda una colección
de plantas. Algunas no las había visto nunca. Muchas eran curativas,
según había leído. ¿Serían las plantas que usaba el mago para
sus pociones?
La
joven se apoyó sobre una mesa para observar más de cerca una
extraña flor morada de enormes pétalos. Acababa de ser
trasplantada.
-¿Qué
haces aquí?
Una
fría voz sonó muy cerca de ella, dándole tal susto que se volvió
de golpe. No supo bien como lo hizo, pero la mesa volcó tirando la
tierra y el abono sobre un joven que estaba junto a ella.
No
tendría más de veinticinco años. Iba vestido de cuero negro y un
abrigo rojo que llegaba hasta el suelo. Aunque ahora estuviera lleno
de tierra y abono.
-¡Se
puede saber que haces!- El joven se había enfadado bastante.
-Yo...Lo
siento, no…
-Jeje.
No sabía que también quisieras trasplantarte, Erik. Me lo podrías
haber dicho.
-Eres
muy graciosa.
Una
señora de unos sesenta años se aproximaba desde el fondo del
invernadero, riéndose. Probablemente eso no ayudara mucho a Mara.
Aunque era joven, por su forma de vestir, aquel chico debía de ser
uno de los Válidos.
-Has
tardado mucho en venir, jovencita. Me llamo Arian.
La
anciana se dirigía a Mara con una sonrisa amable, mientras que el
joven gruñía unas a palabras que no logró entender. Unas pequeñas
lucecitas resplandecieron a su alrededor y quedó limpio.
-Yo…
Yo soy… Mara.
-Eso
ya lo sabemos.
-Erik,
se amable.-le recriminó la anciana.
Mara
estaba desconcertada. No entendía nada de lo que estaba ocurriendo.
No sabía como había llegado hasta allí ni quien era esa gente.
-Ven,
vayamos dentro. Es hora de empezar tu formación.
Arian
la agarró del brazo y la condujo hacia una hermosa puerta
acristalada. Mara se dejo guiar sin saber muy que hacer. Erik les
seguía con cara seria.
Entraron
en una amplia habitación. En las paredes había algunas estanterías
repleta de libros que parecían desordenados. En un lado había una
mesa llena de frascos. Allí había otro hombre. Era algo más alto
que Erik y llevaba una máscara para no inhalar los gases que
emanaban de los botes.
Arian
la condujo hacia el otro lado de la habitación, donde había cuatro
butacones mirando hacia una chimena. Sobre ella había un espejo
enorme. Cada uno de los butacones era de un color distinto. Uno era
de un color marrón tierra ribeteado de oro, otro era azul y plata,
el tercero era rojo y bronce. El cuarto era de un color indeterminado
, sin ornamentos.
-¡Jack,
acercate!
Erik
se tiró en el sillón rojo, quedando una pierna sobre el brazo.
Arian se sentó cuidadosamente en el marrón. Mara se quedó donde
estaba sin saber bien que hacer o que estaba sucediendo. Jack pasó a
su lado, saludandola al pasar, con gesto amable. Después se sentó
en el butacón azul.
-Lo
primero es lo primero. Averiguar que tipo de magia tienes.
Erik
habló con tono frío, como si aquello fuera un simple trámite sin
importancia.
-¿Cómo?-
Mara cada vez estaba más desconcertada.
-Erik,
no seas tan brusco.-Jack se volvió hacia Mara- Acercate un poco a la
chimenea. Te vamos a explicar algo sobre Arkán.
Entre
los tres le explicaron que Arkán estaba construida sobre unas minas
de minerales mágicos, extremadamente poderosos. La ciudad estaba
regida por el consejo de magos, provenientes del valle. Por algún
extraño motivo que desconocían, la magia dejó de llegar al valle,
lo que provocó que éste empezara a morir y los magos que habitaban
en él poco a poco fueron pereciendo.
De
modo que un un grupo de hechiceros subió hasta allí y utilizó los
minerales para salvar al valle. Como allí la vida era extremadamente
difícil, las ciudades del valle acordaron mantener a Arkán mientras
que ellos mantuvieran al valle a salvo.
-Pero,..
entonces, ¿los ashtar?
-Los
ashtar viene a buscar los minerales. Sólo bajan al valle cuando se
pierden.- Erik miraba al fuego mientras le decía aquello.
-Y
¿por qué entonces la historia del Señor de Arkán? La gente del
valle le teme.
-Eso…-
Arian le hablaba en tono dulce- Bueno, cada uno va contando la
historia a su manera y todos quieren añadir algo de su cosecha. Y
después el tiempo hace lo demás.
También
le contaron a Mara que los magos solían manifestarse entre los
quince y veinte años. Y si no subían hasta Arkán no sobrevivían
más allá de los veinticinco. El valle absorbía toda su esencia.
Ahora
Mara formaba parte del consejo. Pero primero debía ser instruida por
sus compañeros. Para ello debían averiguar cual era el carácter y
la fuerza de su don. Arian le mostró un broche con el que ataba su
túnica. Tenía una gema con los mimos tonos que su asiento. La de
Jack estaba en un anillo y era algo menor. Erik, por su parte, tenía
un colgante rojo y bronce, pero su gema era el doble de grande que la
de Arian.
La
piedra de poder estaba vinculada al mago y reflejaba su esencia.
Arian estaba unida a la tierra, al crecimento de las cosas y a los
minerales. Erik era una magia activa de batalla, vinculada al fuego.
Jack era un poder de aire, una magia pasiva de defensa.
Para
averiguar su esencia, Mara se sentó frente a la chimenea. Arian le
dibujó algo en la frente con un ungüento mientras los tres
recitaban algo que ella no conseguía entender. Poco a poco el fuego
fue molestándole hasta obligarle a cerrar los ojos. Cuando los
volvío a abrir, se encontraba en las montañas. Todo estaba cubierto
de nieve y el cielo estaba totalmente encapotado. Podía ver el valle
desde allí. Podía ver su hogar a lo lejos. Al lugar al que nunca
volvería. Entonces se fijó que salía humo de la ciudad. ¡Vania
estaba siendo atacada!
Mara
comenzó a correr hacia su ciudad natal. Pero el terreno era muy
escarpado. Tropezaba y se caía constantemente, pero aún así, no
cejaba en su empeño de llegar a Vania. Tenía que asegurarse de que
todo el mundo estaba bien. Que sus seres queridos estaban a salvo.
Pero por mucho que corriera, sabía que no llegaría. Tardaría días
en llegar andando. No sabía que hacer y comenzaba a desesperarse.
De
pronto un sonido la sobresaltó. Entonces se dio cuenta de que era el
primer sonido que había escuchado allí. Todo tenía una quietud
extraña que la alertó. Algo no estaba bien en aquel sitio. Tenía
que salir de allí.
Miró
a su alrededor. No estaba allí realmente. Su cuerpo estaba en el
salón del castillo, frente a la chimenea. Pero si algo le ocurría
allí, ¿qué repercusiones tendría? Ella no sabía nada de la magia
ni de como funcionaba.
Cuando
se decidió a continuar su camino, notó como ya no estaba allí
sola. Una manda de lobos la había rodeado. Eran unos animales
enormes, el doble de grandes que los perros de caza de su padre.
-Está
bien.- se dijo así misma- Esto es sólo una prueba. Nada más.
Intentó
buscar al líder de la manada. Supuso que sería el animal más
grande. Un enorme lobo negro estaba frente a ella, agazapado, listo
para atacar.
-No
lo hagas. No saltes. No puedes hacerme daño.
Aquello
no parecía surtir efecto. La manada seguía aproximándose más y
más a ella.
-No
sois reales.
Mara
cada vez estaba más asustada. Aquello no le gustaba nada.
-Bueno,
ya basta. ¡Erik! ¡Arian! ¡Jack!
En
el fondo sabía que no acudirían. Sospechaba que podían oírla,
pero tampoco esperaba verlos aparecer.
Cuando
el lobo negro saltó sobre ella, pensó que sería su final. Se
encogió sobre sí misma y esperó lo peor. Pero no pasó nada.
Esperó un poco más, pero nada ocurría. De pronto, el crepitar de
la chimenea llegó hasta sus oídos.
Se
levantó de golpe y vio a los tres hechiceros junto a ella, sentados
en los sillones. Volvía a estar en salón. Miraban la gema que
estaba sobre su cabeza. Una esfera verde y plata giraba sobre sí
misma. Brillaba de una manera hipnótica. Tenía casi el mismo tamaño
que la gema de Arian.
Erik
la cogió, pero no llegó a tocarla. Parecía que una barrera la
protegiera. Empezó a mover las manos y unas líneas comenzaron a
cruzar la energía que rodaba la gema, hasta que surgió un brazalete
de plata envejecida. Cuando hubo terminado, se lo colocó a Mara en
el brazo. Sintió que su tacto era cálido.
-Tu
magia es activa de defensa.- explicó Jack.- Principalmente
relacionada con la fauna y la flora.
Y
así comenzó una nueva rutina para Mara. Sus nuevos compañeros
comenzaron a instruirla. Cada uno le iba explicando diferentes cosas.
El lenguaje de la magia, como hacer pociones, como cuidar del
invernadero.
También
la llevaron a las minas, donde pudo ver el mineral mágico. Había
vetas de todos los colores. Había zonas donde brillaba y zonas donde
era mate. También le enseñaron una máquina que habían construido
hacía ya doscientos cincuenta años para enviar la magia suficiente
hacia el valle usando el cauce del río para que pudiera seguir
viviendo.
Una
de las cosas que más perturbaron a Mara fue cuando Jack le hablo de
los ashtar.
-Verás,
cuando usas un hechizo que requiere más magia de la que puedes
canalizar, puedes perderte.
-¿Perderme?
-Sí.
Volverte adicta. Ansiar cada vez más y más poder. Nadie está libre
de ello. Ni el más poderoso de los magos.
-
Y, ¿qué ocurre?
-Que
el mago se convierte en un ashtar. Por eso vienen hasta las minas.
Quieren adsorber el poder del mineral. La forma del ashtar variará
en función del tipo de magia del mago.
-Pero,
si aquí no hay tantos magos, ¿de dónde vienen?
-Del
otro lado de las montañas. Allí la magia fluye sin restricciones.
Supongo que habrá más magos que por aquí. Pero de todos modos no
es que haya muchos ahstar, pero sí son listos y pueden causar muchos
daños.
Poco
a poco, Mara fue integrándose en la vida de Arkán. Comenzó a ir a
las audiencias y tuvo más libertad de movimiento. Sus clases
continuaban. Aunque las que más le costaban eran las de Erik. Era
muy exigente, aunque te podías quedar absorta en sus palabras. Podía
notarse que realmente le apasionaba su labor en Arkán y en el Valle
de Ishtul.
-Erik
es el mago más poderoso que ha habido en Arkán en mucho tiempo.-Le
contó Arian un día que Mara estaba especialmente frustrada tras su
sesión con Erik.-Llegó aquí con cinco años. Fue muy duro para él.
Arian
le contó que Erik nunca fue de trato fácil. Pero hacia ya tres años
que ocurrió un accidente que le había vuelto algo huraño. Un día,
varios ashtar atacaron la ciudad. Erik, creyéndose capaz de acabar
él solo con ellos, se lanzó al ataque. El resultado fue que dos
compañeros murieron. Aquello había destrozado a Erik y tardó
bastante en recuperarse.
La
anciana le llevó por un pasillo donde estaban los cuadros de los
magos que habían habitado en Arkán. Normalmente, era Jack el que le
contaba la historia de Arkán, pero aún no le había hablado de los
últimos cuadros. Los dos últimos eran los de Armín y Luna.
Armín
tenía un aspecto adusto. Era un hombre canoso, aunque no parecía
mayor. Según contó Arian, había sido un gran estratega. Luna, por
su parte, tenía el pelo rojo fuego y una mirada traviesa. Tendría
unos treinta años. Quizás algo más. Ella había ido escribiendo
distintos libros que habían pasado a formar parte de la biblioteca
de Arkán.
Mara
no quiso preguntar mucho acerca de ellos. Podía ver la tristeza en
los ojos de Arian cuando hablaba de ellos. Después de todo, no hacia
tanto que habían fallecido.
El
tiempo pasó inexorable y pronto llegó el tiempo de recoger el
tributo del valle. Mara llevaba allí casi un año. Alguna vez había
preguntado si podía ir a visitar a Vania o escribirles. La respuesta
siempre fue negativa.
-¿Por
qué?
-Si
bajas, no te dejarán volver a subir y morirías en poco tiempo-
contestó Erik.- Y no puedes hablarles de Arkán. Tanto Marcus como
Henry ansían más poder. Querrían apoderarse de las minas. Sólo
cierto temor a las leyendas les detiene.
-No
lo entiendes.-
Mara
estaba desesperada. Pero Erik se volvió con una mirada llena de
fuego.
-¿Crees
que yo nunca he querido volver a ver a mi madre o a mis hermanos? La
supervivencia de Arkán está en su hermetismo. Deja de ser tan
egoísta y pensar sólo en tus deseos.
Mara
se quedó helada. Estaba furiosa.
-¿Quieres
saber que pasa en le valle? Yo te lo mostraré
Erik
conjuró al espejo que había sobre la chimenea algo, creando una
imagen que la dejó helada. Pudo ver el salón del Señor de Tulsía.
Mara lo reconoció porque alguna vez estuvo allí. Marcus y Henry, el
señor de Ishlia.
Al
principio no comprendía bien que ocurría. Cuando lo comprendió no
pudo dar crédito. Estaban planeando un levantamiento contra Arkán.
Pero esta vez sí era de verdad.
-Si
hacen eso por un puñado de trigo, ¿qué crees que harán para
apoderarse del mineral?
Erik
fue tajante.
-Pero
si para ellos carece de utilidad.
-La
ignorancia vuelve a los hombres inconscientes. La gente habla y
tergiversa las cosas. Cuando llegue a sus oídos alguna historia de
Arkán, creerán que habrá grandes tesoros. Está totalmente
prohibido bajar al valle ni establecer comunicación. Esa es la ley
de Arkán. Y tú, más que nadie debes respetarla.
Entonces
una idea cruzó la mente de Mara
-Entonces,
¿cómo recogéis el tributo si nadie baja?
-Ya
lo verás. Es una sorpresa
Erik
se marchó con una sonrisa traviesa. Varios días después iba a
partir la marcha hacia el valle. Cuando Mara llegó al patio
delantero del castillo vio que ya estaban allí los soldados. Todos
con las armaduras y las caras cubiertas. Ninguno se movía de su
posición.
Mara
se aproximo a ellos, saludando. Pero no obtuvo respuesta, pese a que
los conocía a casi todos. Se acercó aún más, exigiendo, como
miembro del consejo, que le contestaran. Pero nada ocurría. Se armó
de valor y tocó la fría armadura.
-Están
vacías.
La
voz de Erik la sorprendió a su espalda. Tenía ese hábito. Cuando
se giró, él estaba más cerca de lo que se esperaba. Había
alargado la mano para levantar la visera del casco.
-¿Ves?
Las armaduras están hechas de mineral negro. Es muy resistente. Los
controlamos desde aquí. Vamos, tenemos que prepararnos.
La
cogió por el brazo y la guió hasta la sala de audiencias. Habían
llevado allí el espejo, colocado sobre una plataforma. Frente a él,
había uno de los artilugios mágicos que había en el taller. En él,
había una figurita por cada soldado que había en el patio.
Los
magos se pusieron en círculo y Erik comenzó a guiar la marcha. Mara
pudo notar como se movían. Podía sentirlo, como si fuese ella.
Cerró los ojos y se centró en el va y ven de la magia.Podía sentir
como cientos de armaduras se movían en su cuerpo. Cuando abrió los
ojos pudo ver en el espejo la marcha avanzando hacia Tulsia.
La
marcha solía tardar tres días. Sabían que más de cinco no podrían
estar en movimiento. El valle iba adsorbiendo la magia del mineral.
De modo que los cuatro magos tampoco descansaron durante esos tres
días.
Vania
fue la última ciudad en ser visitada. Mara tenía la esperanza de
ver a su padre y asegurarse de que se encontraba bien. Pero él no
apareció. En su lugar, Jonathan salió, con una mirada impenetrable
a entregar el tributo. No habían perdonado que se llevara a Mara,
pero no podían negar que había sido generoso ante la afrenta
sufrida. La joven hechicera lo conocía bien como para no saber lo
que pensaba. Tras él, Mara pudo ver a John. Parecía apagado. A sus
labios asomó una pregunta, pero su padre le frenó. Preguntaba por
ella. A Mara se le encogió el corazón.
Cuando
apartó la vista del espejo, Erik la miraba fijamente. Sabía que le
esperaba una reprimenda cuando los recolectores volvieran por su
falta de concentración. Sólo esperaba que estuviera lo
suficientemente cansado como para que no se alargara.
Pero
cuando por fin llegaron, cada uno se fue a su habitación a
descansar, sin mediar palabra. Mara había trasladado su habitación
al ala oeste, junto a la de Arian. Ahora estaba decorada con sus
colores.
La
joven se tumbó en la cama, agotada. Cerró los ojos esperando dormir
durante un día entero, pero el sueño no llegaba. En su cabeza
volvía una y otra vez la imagen de Vania. Era el Señor de la ciudad
el que debía entregar el tributo, pero no hubo rastro de él. Mara
se preguntaba que le habría pasado, si estaría bien.
Al
cabo de un rato, Mara bajó hasta el salón. Habían llevado de
vuelta el espejo a su lugar. Sabía que no le quedaba mucha energía,
pero sí la suficiente para tener una imagen de su padre.
Al
principio, la imagen fue borrosa y el sonido distorsionado. Conforme
Mara se iba concentrando, todo se volvía más claro. Vio a su padre
en su alcoba, parecía enfermo. Junto a él estaban sus Válidos y
John. Éste último parecía alterado.
-¡No
podemos quedarnos de brazos cruzados!¡Quién sabe lo que le estarán
haciendo allí!¡A lo que la habrán obligado!
-Ya
nos traicionaron una vez, hijo. Y está claro, que nosotros solos no
podemos hacer nada.
Arthur
no decía nada. Mantenía la mirada perdida en la pared. Había
enfermado de la pena al perder a Mara. Mientras, los Válidos
discutían sobre si unirse a la rebelión de sus vecinos. Habían
enviado ya sus ejércitos contra Arkán.
-Tengo
que evitarlo. No pueden venir contra nosotros.
Mara
sabía que no podría salir por la puerta de la ciudad, pero sí
podía intentarlo por los túneles de la mina. De modo que se puso en
marcha. Era un camino duro y lento. No era fácil moverse por aquella
maraña. Había creado una pequeña luz de guía, pero parecía que
estaba dando vueltas sobre el mismo punto.
Cuando
ya llevaba ya un rato en los túneles, pudo sentir la brisa. Estaba
cerca de alguna de las salidas de ventilación. Aceleró el paso al
ver la luz de la luna entrando por un agujero. Cuándo se asomó vio
que era ya noche cerrada. Había estado allí más tiempo de lo que
creía.
Puso
un par de piedras grandes para poder alcanzar. Pensó que de un saltó
llegaría. Estaba ya dispuesta cuando un chirrido la sorprendió. Una
pata enorme de insecto comenzó a inspeccionar el hueco.
Era
una araña enorme. Más grande que un caballo. Mara jamás había
visto algo así. Quedó inmóvil unos segundos. El arácnido quería
entrar en la mina. Supo al instante que aquello no iba a acabar bien.
Estaba haciendo el hueco más grande para poder pasar y lo estaba
consiguiendo.
Mara
intentó realizar algún hechizo pero no tenía energía para ello.
Intentó canalizar su magia hasta el insecto. Era del reino animal,
así que debería poder controlarlo. Pero el hilo era demasiado
débil. La única opción que le quedaba era huir.
Corrió
lo más rápido que pudo, sin saber por dónde iba. Era capaz de
sentir a la araña tras ella. Notaba como era más rápida. Pronto le
daría alcance. La angustia se apoderó de ella y las lágrimas
asomaron a sus ojos. No quería morir a manos de aquel bicho gigante.
Cada
vez tenía menos fuerza y empezaba a tropezar, haciéndose pequeñas
heridas en brazos y piernas. Cuando cayó a los pies de una cuesta
que se alzaba ante ella pensó que ya no había esperanza. Cerró los
ojos, cuando la araña se cernía sobre ella.
De
pronto, algo cálido pasó sobre ella y volvió a escuchar el
chirrido. Cuando alzó la vista, pudo ver al final de la cuesta a
Erik. No se lo podía creer. En su cerebro surgían preguntas que
enseguida se apagaban. Simplemente se levantó y corrió hacia él.
Estaba tan contenta de verle que cuando llegó lo abrazó y se hundió
en el pecho del hechicero. Pudo sentir su brazo alrededor de ella. Le
llegaba el calor de la espada de fuego. Erik había partido a la
araña en dos.
No
supo bien como hizo el camino de vuelta. Pero llegaron hasta el
salón. Mara vio como había dejado el hechizo del espejo activo.
Entendió entonces que Erik había ido ras ella. Sus ojos reflejaban
una furia que ella no había visto antes.
-¡¿Se
puede saber en que estabas pensando?!¡¿Crees que los ashtar son el
único peligro de las montañas?!
Mara
no supo que contestar. Lo único que le salió fueron lágrimas.
Comenzó a llorar desconsolada. Eso le impidió ver la consternación
en la cara del hechicero, que fue transformándose en algo más
amable.
-Mara...
-Lo
siento- atino a decir Mara- Pero es que… Vienen hacia aquí. Los
Señores vienen hacia aquí.
-Debiste
avisarnos antes.
Aunque
el tono de Erik seguía siendo frío, se agachó a examinar las
heridas de Mara.
-Deja
de llorar. Hay que preparase.
Miró
al espejo y vio a los soldados marchando. El ejército de los tres
Señores marchaba hacia Arkán. Mara se quedó perpleja al ver al
frente de los soldados de Vania iba John. Por lo visto había
conseguido convencer a su padre y al resto de Válidos y ahora
lideraba la marcha.
-Parece
que tu prometido viene en tu busca.- Dijo Erik con sorna
-No
es mi prometido- respondió Mara
-Bueno,
yo diría que el tiene mucho interés en que vuelvas con él.
Mara
iba a responder cuando sonaron las campanas de alerta. Habían
divisado algún ashtar cerca de la ciudad. Ambos se quedaron quitos
un momento intentando organizar las ideas
-No
puede ser.
Erik
se puso en pie rápidamente. Con un movimiento sobre el espejo pudo
ver como al menos cincuenta ashtar se dirigían a la ciudad. Arian
dio pequeño grito a su espalda. Ella y Jack habían bajado al oír
la campana.
-¿Qué
ocurre?- Mara no podía creer lo que veían sus ojos.
-Saben
que estamos bajos de energía tras la recolección- respondió Jack-
Quieren aprovechar el momento.
-Los
ejércitos del valle llegaran al amanecer.
-¿Cómo
es posible?¿Ya?-Arian empezaba a ponerse nerviosa.
-Esto
va a ser complicado.-Erik parecía inalterable, pero Mara pudo ver un
atisbo de miedo.- Vamos a las murallas.
Erik,
Jack y Mara se dirigieron a la cara oeste de la fortaleza, mientras
Arian bajó a las minas. Cuando llegaron arriba, ya estaban allí los
arqueros. No podían usar la magia directamente contra los ashtar, ya
que la absorberían. De modo que para luchar contra ellos usaban
armas con un veneno extraído de las plantas locales.
-No
creo que esta vez consigamos deshacernos de ellos sólo con flechas.-
Jack miraba la horda con preocupación.-
-No
te preocupes. No fallaré ni un tiro.
-Son
demasiados y tu no has descansado nada.
-No
podemos permitir que lleguen al castillo.-Sentenció Erik.- Si llegan
a las minas podemos darnos por muertos.
-¡Señores!-Un
soldado llegó a toda prisa- La Señora Arian me envía. Han entrado
en las minas.
-¿Cómo
es posible?
Erik
salió disparado. Mara se quedó paralizada sin saber que hacer.
-¡Arqueros!-
El grito de Jack la devolvió al mundo real- Mara, levanta un escudo
cuando realice el lanzamiento. Pero que no llegue a su altura, como
entrenamos.
-Sí-
Balbuceó la joven.
-¡Listos!¡LANZAD!
Las
flecha volaron hacia los ashtar guiadas por Jack. Ellos se defendían
haciendo volar piedras hacia ellas. Consiguieron herir a unos pocos,
pero el veneno era lento. Una segunda oleada de flechas llovió sobre
los enemigos. Hasta la tercera oleada no empezaron a caer algunos.
Mara
podía sentir como la muralla temblaba bajo sus pies. Debía ser la
batalla en las minas. Estaba a punto de levantar el escudo para un
nuevo ataque cuando un estruendo llegó desde el otro lado de la
ciudad.
-El
ejército del valle. Han llegado.
Cuando
se giró vio los primeros rayos de sol.
-Debo
ir, Jack. Quizás ellos me escuchen.
-Corre.
No creo que podamos mantener tres batallas a la vez.
El
mago estaba agotado, al igual que ella. No podrían resistir mucho
más y menos si tenían que dividir sus fuerzas.
Mara
corrió todo lo que pudo. Las ideas se agolpaban en su cabeza. No
sabía muy bien como iba a detener aquello ni entendía bien el
porque de esa revuelta contra Arkán. Algo en su interior le decía
que el valle pagaría caro aquello.
Cuando
llegó a las puertas de la ciudad, vio como un pequeño grupo de
soldados resistía. Arkán nunca había tenido un gran ejército y
encima estaba divido. Mara había conseguido traer a unas veinte
armaduras negras. Era imposible que ella sola pudiera movilizarlas a
todas.
-Abrid
la puerta pequeña. Voy a salir. Quedaos aquí hasta que yo os lo
diga.
En
el lateral izquierdo había una pequeña portezuela, por la que
apenas cabía. Cuando salió vio los tres estandartes a contra luz.
-¡Mara!-
gritó una voz familiar.
Un
jinete se acercó a ella. Era John..
-¡Estáis
locos! Debéis marcharos.
John
se mantenía a distancia, sujetando la espada. Miraba a las armaduras
que rodeaban a Mara.
-He
venido a rescatarte. No vamos a seguir bajo el yugo de este tirano.
-Si
acabáis con Arkán, el valle morirá. Mi lugar es este, no necesito
ser rescatada.
-Seremos
libres, Mara. Acabaremos con el Señor de Arkán y con los ashtar.
Podrás volver a casa.
No
la escuchaba. John estaba desesperado por hacerla volver con él.
Tenía una idea preconcebida y nada la alteraría. El joven extendió
su mano. Mara podía sentir como su corazón se encogía por
momentos. Sabía que era lo que debía hacer y eso le dolía.
-Nunca
podré volver.- Las lágrimas brotaban de sus ojos.- No lo puedes
entender, pero jamás volveré al valle.
John
intentó agarrarla, pero una de las armaduras le detuvo. Mara cerró
los ojos y sintió como una leve brisa la envolvía. Escuchó el
grito de John cuando se lanzó al ataque. Pudo oír el choque
metálico de las espadas. Sintió la tierra temblar bajo el avance
del ejército del valle. Pero ella seguía concentrando las pocas
fuerzas que le quedaban.
Debía
tener cuidado de no perderse en la magia. Recordaba las palabras de
Erik en la biblioteca. “Es un peligroso equilibrio, muy frágil.”.
Cuando estuvo lista, abrió los ojos y una oleada de energía arrasó
al sus antiguos compatriotas. Pocos quedaron en el sitio, anclados en
sus armas. Alguno rodó por el camino hacia abajo. Pudo ver a algún
soldado herido. Una de las armaduras estaba tirada en el suelo.
-El
Señor de Arkán os ha dado un aviso.- Esperaba que aquello los
hubiera asustado, porque ella ya no podía más- ¡Marchaos!
Pero
antes de que pudieran contestar, una explosión sacudió la ciudad.
Mara sintió una oleada de magia a su espalda.
-¡Las
minas!
Se
volvió hacia la ciudad y corrió. Aquello no podía ser bueno.
“Mara”
Un hilo de voz se coló en su mente. Era Erik. Su voz sonaba lejana y
débil.
-¿Qué
sucede?¿Dónde estáis?
“Vamos
a destruir la mina” esta vez fue la voz de Arian la que resonó en
su cabeza.
-¿Destruirla?¿Qué
queréis decir?
“Jack
y tú debéis proteger a la gente de la ciudad”
-Pero
Erik, ¿qué os sucederá a vosotros?
“No
podemos permitr que los ashtar se hagan con las minas.”
“Debemos
destruirlo todo, aunque eso signifique...” La voz de Arian se
quebró
-¡NO!
“Mara,
no nos queda otra opción”. Jack sonaba hueco.
-No…
Eso significa
“El
fin del valle. Somos muy conscientes.”
Mara
vio a Jack sobre la muralla que separaba el jardín de la ciudad.
Estaba preparando un conjuro para proteger a las personas de la
explosión. Si no lo ayudaba, todos morirían. Pero quería evitar
aquello. No podía permitir que el valle muriera, ni tampoco Arian y
Erik. Pero no sabía como.
“Vamos,
Mara. No podemos esperar”. Jack se impacientaba. Mara cedió.
Todos
los habitantes de Arkán se congregaron en la plaza central y sus
alrededores. Mara se había subido a un tejado para tener mejor
visibilidad. Pudo ver como los soldados del valle habían conseguido
tirar la puerta y entraban en la ciudad. Pero estaban demasiado lejos
para que el hechizo de protección les cubriera. Ninguno de los dos
tenía energía suficiente para abarcar toda la ciudad.
De
pronto el suelo se elevó, dejando escapar ráfagas de energía
multicolor. Las casas caían mientras enormes grietas se abrían bajo
la ciudad. Sólo el interior del escudo verde y azul permanecía.
Los
soldados del valle entraron en pánico y se dispersaron intentando
escapar de aquel caos. Muchos caían abrasados desde el interior por
la magia desbocada. Las lágrimas caían sin cesar por le rostro de
Mara. No podía hacer nada por salvarlos. Ni por salvar a sus
compañeros.
Arian…
Erik… Habían muerto. Ya sólo quedaban dos magos en aquel lugar
sin magia. Sintió un pinchazo agudo en su corazón. Sintió como
Arian ya no estaba. Arian se había marchado para siempre en aquella
tormenta.
Entonces
Mara se dio cuenta de algo. Arian se había ido, lo había sentido.
Pero Erik no. Él seguía vivo. Apuntaló el escudo, de modo que pudo
concentrase en buscarle. Podía sentirle. Era una señal débil. Pero
allí estaba. Podía sentir como se apagaba.
-No…
Debo…
En
un último esfuerzo intentó llegar hasta él. Después todo se
volvió negro.
Cuando
Mara despertó era más de medio día. Intentó moverse, pero no
pudo. Le dolían todos los músculos del cuerpo. Su mente estaba
nublada.
Estaba
en una de las habitaciones del castillo, donde habían colocado
algunas camas improvisadas. Pudo ver a varios soldados.
-Podías
haber muerto o algo peor.
Jack
estaba sentado en la cama que había frente a ella. Tenía la cabeza
entre las manos. Tenía mal aspecto. Aunque supuso que ella no
estaría mucho mejor.
-¿Qué
ha pasado?¿Están todos bien?
-Hemos
tenido pocas bajas. Los pocos supervivientes del ejército del valle
han huido montaña abajo. La mina a quedado completamente destruida.
Ya no queda mineral. Los ashtar han desaparecido.
-¿Y
Erik y Arian?
-Arian
no ha sobrevivido a la explosión-contestó cerrando los ojos.- Y
Erik… Lo encontraron hace una hora.
-¿Dónde
está?¿Cómo…?
-No
lo sé. Aún no he conseguido levantarme de esta cama.- Se tiró
hacia atrás y cerró los ojos.- No soy capaz de moverme.
A
la mañana siguiente, por fin pudieron levantarse. A duras penas los
llevaron a una habitación en la segunda planta, que antes solía ser
el almacén de los inventos fallidos de Jack. Desde allí podía
verse el valle.
Cuando
entraron, Mara no pudo creer lo que vio. Flotando en el centro había
una vaina, verde y bronce. Dentro estaba Erik. Parecía dormir
plácidamente.
-No
debiste hacerlo.- Jack miraba de manera extraña- Ni tu ni yo tenemos
el poder suficiente para despertarle.
La
vaina había estado intentando curar las heridas. Estaba cubierto de
quemaduras. Pero el daño había sido demasiado grave. Había
conseguido mantenerle vivo y sin dolor aparente, pero ya está.
-Tienes
razón, nosotros no podemos. Pero al otro lado de las montañas
quizás si haya alguien que pueda.
Jack
se volvió a mirarla.
-¿Qué
quieres decir?
-¿Qué
sentido tiene quedarnos? Las minas han desparecido, el valle va a
morir. Ya no tenemos nada que proteger.
-El
valle nos tragará para intentar sobrevivir.
-La
gente de Ishtul no tiene posibilidades de sobrevivir si se quedan
aquí.
-No
será tan fácil. La mayoría están arraigados aquí. Además, si
les contamos toda la verdad, nadie nos creerá.
-Ellos
son libres. Pero merecen la verdad. Los que quieran aconpañarnos,
serán bienvenidos. No tenemos otra salida.
El
silencio se hizo en la habitación.
Un
soldado interrumpió su conversación. Era uno de los capitanes del
ejército. Mara pudo ver algunas heridas.
-Mis
Señores,… Hay gente que solicita audiencia urgente.
-¿Qué
quieren?
-Desean
saber que va a ser de Arkán. Están preocupados. Las minas...
-Es
normal.-Jack estaba sentado en un butacón mirando a Erik.
-En
cuanto podamos, iremos a hablar con ellos. Diles que no se preocupen.
Nuestra obligación es cuidar de ellos y eso haremos
Se
quedaron un momento en silencio, mientras Mara miraba hacia el valle.
El capitán quedó un momento en silencio con la mirada baja.
Finalmente lanzó la pregunta que a todos rondaba por la cabeza.
-¿Qué
haremos, mi Señora?
-Lo
que sea necesario.
Mara
no se volvió a contestar. Siguió mirando por la ventana mientras el
capitán se marchaba. Miraba al valle que se extendía ante ella. No
quedaba mucho para que comenzara secarse y muriera lentamente.