Era una noche clara y
cálida de verano. Un sin fin de estrellas iluminaban el camino a un
viajero solitario. Iba con paso cansado pero sin pausa. Su único
apoyo era un viejo cayado. Había sido un viaje largo, pero a lo
lejos se vislumbraba ya su destino. La sombra de la ciudad de Urtear
se desdibujaba sobre el Mar Gris. Una leve sonrisa asomó al rostro
del hombre. Sabía que la vuelta a su antiguo hogar no sería bien
recibida. Y menos aún con las noticias que traía. Pero no le
quedaba más remedio.
Las puertas de la ciudad
se abrirían con los primeros rayos de sol. Cuando el viajero llegó
aún estaban cerradas. No había ninguna luz en la ciudad que pudiera
verse desde el exterior. El hombre se sentó apoyando la espalda en
la muralla a la espera del amanecer. Dejó perder su imaginación en
las estrellas mientras cerraba el ojo que le quedaba. El ojo
izquierdo lo había perdido hacía ya bastante tiempo. En su lugar,
una cicatriz le atravesaba desde la oreja hasta la frente.
Estaba ya medio dormido
cuando escuchó como se abría la puerta. Cuatro guardias se
disponían a realizar el primer turno. El sargento tendría unos
cuarenta años, aunque se conservaba bien. El resto no sobrepasaba
los veinticinco. Charloteaban despreocupadametne esperando a los
primeros comerciantes. El viajero pudo ver como por el mismo camino
por el que él había llegado horas antes se veían algunos
carromatos.
Con un leve suspiro, el
hombre se puso en pie. No sentía el menor deseo de atravesar esa
puerta.
-¡Eh, amigo!-dijo el
guardia más joven- No le había visto. Necesito su visado para
dejarle entrar. ¿Lo tie...?
El joven se quedó sin
habla cuando se fijo en la cara del viajero.
-¿Qué sucede?
El sargento se acercó
para quedarse con cara de asombro mientras se apartaba al paso del
viajero.
Durante su trayecto
hasta el Gran Salón esperaba encontrase con poca gente, ya que era
bastante temprano. Pero a cada pasó había más curiosos. Algunos
corrían para poder verle otra vez. A estas alturas toda Urtear
sabría que estaba allí. No podía escuchar bien lo que decían,
sólo podía ver que murmuraban entre sí. Algunos con cara de miedo,
otros con miradas de odio. Otros simplemente asombrados de que
hubiera vuelto.
Cuando llegó al Gran
Salón las puertas estaban abiertas. Le estaba esperando. No es que
el viajero tuviera muchas ganas de entrar en aquel lugar. Pero tenía
una obligación que cumplir. Se lo repetía una y otra vez para
animarse a dar el siguiente paso. Cuando atravesó las puertas, vio a
un sirviente que le esperaba con una pequeña vela. Lo guío hasta
uno de los despachos laterales.
Allí estaba ella.
Sentada tras una mesa con una enorme ventana tras de sí. El sol
entraba a raudales de forma que sólo podía ver su silueta. Pero el
viajero podía sentir como su mirada fría se clavaba en él. La
puerta se cerró tras él.
-¿Qué has venido a
hacer aquí?-Parecía profundamente irritada por la presencia del
viajero.
-Le he visto.
Ella no respondió. El
viajero se sentó en una silla próxima al escritorio. Estaba cansado
del viaje. Se quedó mirando al techo recostado en el respaldo,
esperando alguna reacción.
-¿Dónde?-dijo ella,
sin modificar el tono. El viajero supuso que ya no importaba.
-Algo más al norte del
Valle del Verano.
-¿Tan lejos?¿Estás
seguro?
-Sí.-El hombre hizo una
pausa antes de continuar. Eso no era lo peor. Aún temía contárselo,
pero sabía que debía hacerlo.- Pero eso no es todo.
La mujer reaccionó esta
vez. No dijo nada, pero todo su cuerpo se tensó.
-Lo ha encontrado y se
está preparando. Deberías hacerlo tú también.
-¿Cómo es posible?
Sólo era una leyenda...
-Pues esta leyenda está
a punto de destruirnos a todos. Vendrá a por lo que cree que es
suyo.
Ambos quedaron en
silencio. Ella intentaba asimilar lo que acababa de oír. Después de
tantos años, el pasado venía a devolverle sus peores pesadillas. No
tenía muy claro que hacer o como luchar contra lo que vendría.
Un leve alboroto comenzó
a escucharse al otro lado de la puerta. El viajero miró de reojo sin
apenas moverse. No le interesaba lo más mínimo. Sólo deseaba poder
irse de allí lo antes posible. No quería alargar más la agonía
que le suponía estar en Urtear.
De pronto un golpe sonó
tras él. El viajero se levantó, pero vio a una joven corriendo
hacia él. Antes de que pudiera siquiera reaccionar, ella le abrazaba
con fuerza.
Sólo fueron segundos,
pero al viajero le pareció una eternidad. Algo en su pecho se
quebró. La sujetó por los hombros intentando alejarla.
-No...
-¡Padre!-La joven
lloraba.
Las lágrimas luchaban
por salir del único ojo del hombre. Lo único que acertó a hacer fue
devolverle el abrazo. Un perfume fresco emanaba de su cabello. Sólo
deseaba no volver a soltarla. Llevársela con él. Aunque sabía que
aquello era sólo un sueño imposible.
-Basta. Debes
marcharte.-La mujer no se había movido. Pero su tono se había
suavizado. Tenía cierto deje de tristeza.
-Pero...
-No protestes.- con una
señal, dos soldados cogieron por los brazos a la joven.
-¡No!¡No puedes
obligarme!
-No te preocupes,-dijo
el viajero- tenemos asuntos que tratar. Debes marcharte.
Los soldados se llevaron
a la joven. Aún forcejeaba, pero se dejo llevar. Sus ojos se habían
clavado como puñales en el corazón del viajero.
Las puertas volvieron a
cerrarse. El hombre las miraba fijamente, dándole la espalda a la
mujer.
-Se suponía que ella no
debía estar aquí.
Ella no sabía si estaba
más triste que enfadado.
-Y se suponía que tú
no volverías.
Volvieron a quedar en
silencio. Él intentaba tragarse toda su rabia. Ella no quería
herirle más de lo que ya lo hacía él mismo.
-¿Hay algo
más?-Preguntó la mujer cuando el viajero volvió a sentarse en la
silla.
-No.- mintió sin saber
bien porqué. Iba con intención de contárselo.-Me iré ahora.
El hombre se levantó y
comenzó a andar despacio hasta la puerta. Antes de cerrarla, se
volvió y le deseo suerte a la mujer, que seguía sentada tras el
escritorio. El sol ya no le cegaba.
Cuando salió del
edificio, el número de curiosos había aumentado. Pero el viajero ya
no les prestaba atención. Alzó la mirada y pudo ver la torre del
templo a su derecha. Junto a él estaba el cementerio. Estuvo a punto
de encaminarse hacía allí. Pero cambió de opinión y se marchó de
la ciudad con paso lento.
La mujer le observaba
desde una ventana del segundo piso. Se preguntaba porqué le habría
mentido al decirle que no había nada más. Le preocupaba lo que
fuera a hacer. Miró al cielo despejado. Hoy sería un día caluroso.
si está tuerto, como resbalan lágrimas por sus ojos?
ResponderEliminarYe está modificado... Se me ha ido...
Eliminarpor su ojo...
ResponderEliminar