martes, 8 de octubre de 2013

La lechuza y la paloma

Era una noche tranquila. Una leve brisa movía las hojas árboles sagrados, mientras la luna y las estrellas titilaban sobre el estanque del santuario que estaba en el centro del círculo formado por lo árboles. Sobre el estanque, flotaban tres flores cerradas de color rojo sangre, que sólo se abrían al amanecer y al atardecer. Cuando lo hacían, parecía que la Laguna Gélida ardiera como el mismísimo infierno.
Todo estaba en completa calma, solo el viento traía un leve olor a sangre de la terrible batalla que había tenido lugar a no muchos kilómetros del santuario. Una de las peores guerras que había sufrido esta tierra estaba teniendo lugar, inundado todo con su energía de destrucción y dolor.
Una lechuza blanca de ojos dorados cruzó planeando el claro hasta el Árbol de la Vida. Aterrizó sobre una rama alta y se acomodó entre las enormes hojas rojas, ahora escasas. El animal contemplaba los diferentes troncos negros, intentando captar algún movimiento. Justo de detrás el árbol que había frente al suyo apareció una joven de pelo rojizo. La mujer se puso frente al Árbol de la Muerte, que estaba a rebosar de hojas púrpuras.
La dama avanzó lentamente, sin que el ave le quitara los ojos de encima. Iba vestida con una túnica blanca, atada con un fino cordón dorado. El pelo lo llevaba trenzado hasta la cintura con hilos de oro. Sus movimientos eran ágiles y rítmicos. Cuando alcanzó el estanque, intentó alcanzar una de las tres Flores de Fuego que flotaban silenciosamente en la laguna, cuando un rápido aleteo llamó su atención. Una paloma negra, de ojos oscuros llegó volando y se posó sobre el Árbol del Poder, que tenía pequeñas hojas doradas.
- Llegas tarde.- Susurro una gélida voz desde las sombras. Su eco retumbo en el santuario, como si estuvieran en el interior de una cueva.
De entre los Árboles de la Magia, de hojas marchitas, y del Amor, de hojas pequeñas y plateadas, llegaba una mujer un poco mayor que la primera. Iba vestida con las ropas negras de guerrera, con algún resto de sangre reseca. Un abrigo con el cuello de piel de oso negro le cubría los hombros. La melena negra ondeaba con la brisa.
- Moira.- contestó la joven. En sus ojos claros solo podía verse bondad.- Esto tiene que acabar, esta guerra no tiene sentido.
- Pues entrégame la corona.- El tono de Moira era neutro y frío. No se podía denotar emoción alguna en ella.
- No puedo, y lo sabes. No es mi culpa que...
- No se te ocurra, pequeña mentirosa.- La hechicera entrecerró los ojos llenos de ira.- La corona es mía por derecho, y la obtendré.
- ¿Aunque eso provoqué la muerte de gente inocente?
La joven se levantó y miró a su interlocutora intentando conseguir que su fría coraza diera alguna señal de desaparecer. La conocía bien, y sabía como conseguir que la escuchara, aunque había cambiado mucho en los últimos tiempos.
Ambas permanecieron silenciosas unos minutos, evaluándose mutuamente.
-Erin,- dijo al fin la mujer- después de todo lo que has hecho aún tienes la osadía de venir a este lugar sagrado y mentirme. A mí no puedes engañarme, ya no. No pienso dejar que destruyas todo lo que padre creo.
- Hermana, eres tú quien lo está destruyendo con esta guerra.- Respondió la joven.- Jacobs y yo no tenemos la culpa de nada. Padre dejó escrito que él sería su heredero.
Moira entrecerró los ojos, mientras intentaba contener su furia. No iba a permitir que ella se saliera con la suya.
- Puedes quedarte con Jacobs, ya no me importa. Pero no dejaré el reino en tus manos.
- Moira, eres mi hermana mayor. Te respeto y admiro, siempre fuiste mi ejemplo a seguir. Pero padre designo que quien se casara con Jacobs sería la reina.
- El era mi prometido.- Moira la interrumpió bruscamente. Ese recuerdo aún la atormentaba.
El silencio se adueño del lugar. Ninguna parecía dispuesta a ceder un apice su posición. Finalmente, tras un suspiro, Moira dijo:
- Tú querías verme aquí. ¿A esto has venido? ¿A pedirme que abandone?
- Es lo mejor para todos.
- Siempre serás la misma niña consentida.- respondió mientras bajaba la mirada a la laguna.- Todos te ven como una joven dulce e inocente. Nadie te conoce como yo.
Lentamente, la hechicera se fue acercando al borde de la laguna, mientras su hermana pequeña se ponía tensa.
- Puedo ver a través de ti, ver tu verdadero color, tu verdadero ser. Y me aseguraré que todos lo vean.- Su voz se tornaba más ronca, la ira y la frustración de toda su vida se apoderaban de ella.- Aunque eso me cueste la vida.
De pronto, con un rápido moviento de las manos, una hoja del verde más intenso que exise cayó sobre la laguna. Era una hoja del árbol de la verdad. Los ojos de Moira cambiaron de color, del gris tormentoso al negro profundo.
Un grito mudo escapó de la garganta de Erín, que intentó alcanzar a su hermana. Pero un escudo de energía se lo impedía.
- Tú mataste a padre- Moira no hablaba con su voz, sino con otra más profunda y antigua. La voz de la laguna, la voz de los árboles sagrados.- Tú lo envenenaste y lo pagarás.
Erín podía sentir un escalofrío recorriendo su columna. Moira había lanzado una profecía contra ella. El pánico se apoderó de ella y huyó en un torbellino de luces blancas. La paloma ya volaba lejos.
Moira cayó de rodillas sobre la hierba. Estaba agotada, pero sonriente. Pagaría el precio que le impusiera la laguna, pero obtendría su deseo. La lechuza se posó a su lado.
- Mi pequeña, lo conseguiremos. Cumpliré el deseo de mi padre.

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